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viernes, 20 de abril de 2018

Patriarcado por subrogación

Si os digo que voy a presentar una ley que garantice la “variedad con la que las personas quieren expresar su propia concepción de las relaciones familiares” apuesto a que no sólo sería muy difícil encontrar oposición a la misma, sino que seguramente conseguiría adhesiones entusiastas por parte del espectro social considerado a sí mismo “progresista”. Si hablo en general de la “evolución del modelo de familia” y de las “múltiples formas de entender la vida personal”, y lo aderezo con muchos conceptos abstractos como “libertad” (cuantas más veces repita esta palabra, mejor), “solidaridad” y “altruismo”; pocas personas serían capaces de adivinar de qué estoy hablando en concreto, pero sin duda a la mayoría les sonaría muy bien, y pensarían en cosas similares a beneficios sociales para las familias monoparentales, la agilización de adopciones y acogimientos o la legalización del matrimonio homosexual. Muchas se sorprenderían al descubrir que me estoy refiriendo a la proposición de ley registrada por Ciudadanos en el Parlamento para legalizar lo que ya nos hemos acostumbrado a llamar “gestación subrogada”, cuyo nombre honesto en la práctica sería “trata de mujeres con fines de explotación reproductiva”.
Y es que ese es el “modus operandi” del fundamentalismo de mercado disfrazado de liberalismo político, ocultar la práctica, la realidad material, tras una teoría opaca y saturada de palabras rimbombantes. Gracias al arte de birlibirloque mercantilista detrás de ideas aparentemente inocuas como “diversidad”, “progreso” o “modernidad” pueden camuflarse las mayores desigualdades y las formas de explotación más absoluta. En el caso de la “gestación subrogada”, la fórmula mágica consiste en contar historias de parejas felices que han visto su sueño largo tiempo esperado de formar una familia hecho realidad gracias a un ángel de la guarda encarnado en una mujer que disfruta dándolo todo, hasta su cuerpo entero, por “regalar vida”. “La más intensa solidaridad entre personas libres e iguales”, lo describe así Ciudadanos en la que me atrevo a decir que es la exposición de motivos más cínica de la historia parlamentaria reciente. Ni cortos ni perezosos hablan al mismo tiempo de las “distintas formas de concebir y vivir la familia” y de “garantizar la procreación, sin la cual la familia se extinguiría”. Sus familias modernas consisten en asegurar la perpetuación de los genes a través del sacrificio y el sometimiento de las mujeres a la voluntad ajena. Vamos, como ha venido ocurriendo desde el Neolítico, pero sin coito. Cambiando al Espíritu Santo por las “técnicas de reproducción asistida”, que según Ciudadanos ponen en cuestión los antiguos paradigmas de paternidad y maternidad. ¿Qué paradigma más antiguo puede haber de paternidad y maternidad que “garantizar la procreación”?
Artículo publicado el 20 de abril de 2018 en Kamchatka.es 


jueves, 8 de diciembre de 2016

Más María (y menos los demás)

"María (y los demás)" es una película que tiene por protagonista a una mujer que no protagoniza su vida. En su día a día, María ha quedado relegada a actriz secundaria, de reparto, incluso en ocasiones a mera figurante. Trabaja colocando, leyendo, admirando, editando y promocionando libros de otros y otras autoras en lugar de dedicar tiempo a escribir el suyo, que es lo que realmente le gustaría. Cuida de su padre enfermo de cáncer sin ayuda de sus dos hermanos varones, vigila que su dieta sea la adecuada, controla su medicación, se ocupa de todas las tareas domésticas e incluso se preocupa por cocinarle platos elaborados y hacerle reír; pero se ha olvidado de sí misma. Sueña con enamorarse mientras organiza la boda de otros, se ofrece para colaborar en los proyectos creativos de sus amigos mientras ha dejado aparcada su creatividad. Incluso cuando hace mucho tiempo que no tiene relaciones sexuales y tiene unas ganas locas de follar, acaba olvidando la necesidad apremiante que tiene de correrse para satisfacer la de su pareja. 

María no es el personaje principal de su propia historia, pero sí juega un papel decisivo en las vidas de los que le rodean (los demás), pues sin su trabajo dedicado y delicado, casi invisible, entre bambalinas, la historia de los otros no podría ser la misma: sus hermanos no hubiesen tenido la libertad de marcharse a otro país a perseguir sus sueños o de formar una familia propia si hubiesen tenido que quedarse en la casa familiar a cuidar de su padre, su propio padre quizá ni siquiera seguiría vivo de no ser por la atención de María.  

"María (y los demás)", ahora en cines, está dirigida por Nely Reguera y protagonizada por Bárbara Lennie

La pequeña historia de la familia de María es la historia de la humanidad, que ha progresado y avanzado gracias a las renuncias de las mujeres, al rol que se nos ha impuesto de cuidadoras de las vidas ajenas, al trabajo femenino oculto, no reconocido socialmente ni remunerado económicamente. Es la historia del cuidado de (los demás) como deber de género (femenino). A pesar del valor económico real de esos cuidados, en el patriarcado capitalista en el que vivimos, nadie (pero sobre todo los hombres) considera valioso cuidar de los otros, porque acaba equivaliendo a descuidarse a uno mismo: dedicar tu tiempo y tus recursos al bienestar ajeno no tiene sentido en una sociedad esencialmente competitiva, dejar de ser el centro de tu vida y ceder ese espacio a otras personas es lo contrario a rentable, se considera un altruismo ingenuo que te convierte en inferior. Eres un sujeto incompleto, que por algún motivo no se atreve a dar el paso de hacer lo que supuestamente hemos venido a hacer a este mundo: TRIUNFAR, DESTACAR POR ENCIMA DE LOS DEMÁS, GANAR, VENCER, DERROTAR RIVALES, BATIR AUDIENCIAS, RÓMPER RÉCORDS, ALCANZAR LA CIMA (ESTAR EN ALGÚN TOP TEN O LISTA DE LO MEJOR DEL AÑO; AUNQUE SEA SER UNA ESTRELLA EN TWITTER, YOUTUBE O INSTAGRAM). 

Se trata de ser competitivo en el sentido más puramente mercantil, al fin y al cabo, "generar valor añadido". Si no lo consigues solo puede ser por dos razones: por cobardía o porque no vales. O porque eres mujer, claro, en ese caso ES TU OBLIGACIÓN, ESTÁ EN LA ESENCIA DE LO CONSIDERADO FEMENINO pensar siempre en (los demás) antes que en ti misma. Se supone que tu satisfacción vital proviene subsidiariamente de la de (los demás), de que los invitados disfruten de los platos que has preparado durante horas, de sentirte orgullosa por ver a tus hijos licenciados, de ponerte guapa para tu hombre. 

María no sabe que su vida tiene valor en sí misma. Que no tiene que demostrar nada ni acumular nada (logros, amantes, capital, best-sellers, lo que sea pero acumular) para ser feliz. Que simplemente trabajar en la librería de una editorial y cenar charlando con tu círculo de amigos puede ser en sí mismo maravilloso. Vivir cerca de la playa, poder comer queso y otras cosas deliciosas y con grasa, sentarse a escribir porque le gusta hacerlo, tocar un instrumento. María tiene muchas cosas de las que disfrutar pero no es consciente de ello, porque no están relacionadas con lo que se conoce como éxito ni con la posición social. Por eso tampoco tiene autoestima. Nadie de su entorno inmediato ha alcanzado tampoco el concepto normativo de éxito (su hermano es pinche cuando quiere ser chef, su otro hemano es un niñato caprichoso y malcriado casado con una pija insustancial, su padre necesita siempre de una mujer para valerse por sí mismo, su pareja es un divorciado con dos hijas pequeñas que todavía sueña con ser estrella de rock... todos eternos peterpanes a cargo del sacrificio constante de Wendy) y sin embargo María se siente inferior a todos ellos. La extremada presión social a la que nos vemos sometidas (la nuestra siempre es doble a la de un hombre en nuestras mismas circunstancias) nos hace sentirnos deficientes, defectuosas, y pendientes en todo momento de la opinión de (los demás).

María tiene una belleza que no sabe que tiene, un enorme talento en el que no cree y que no se atreve a explorar ni explotar, una generosidad que ancla a la dependencia emocional. Un fenómeno que habitualmente sufrimos las mujeres. Así, María acaba comparándose continuamente con otros y envidiándolos: envidia a las parejas enamoradas, a las mujeres embarazadas, a los escritores noveles con su primera obra recientemente publicada; aunque ni esas relaciones sean tan idílicas como parecen, ni la maternidad algo que realmente haya deseado, ni esas novelas le resulten tan buenas como a la crítica literaria. Como siempre, una mujer excepcional sintiéndose casi todo el tiempo insegura y desubicada, que quiere lo que tienen las otras personas sin cuestionarse porqué. ¿Por qué pasados los treinta hay que emparejarse, reproducirse, tener casa propia y experimentar lo que se conoce como éxito laboral? ¿Por qué si eres una mujer de 35 todos te miran con lástima dando a entender que no atesoras esos "logros" porque algo falla, tienes una tara que te impide avanzar y madurar, mientras es que si eres hombre se da por sentado que eres un "espíritu libre" por decisión propia, valiente y digno de admiración? Una vez más hemos topado con el patriarcado capitalista.

A María (y las demás Marías del mundo) solo nos queda rebelarnos. Esa rebeldía no consiste en dejar de cuidar para pasar a competir, en no dedicar tiempo a otros para dedicarlo a alcanzar esa infame idea de éxito. Consiste en empezar por cuidarse a una misma (que significa pararnos a pensar en nuestros deseos y necesidades, en satisfacerlos sin sentimiento de culpa) y poner los cuidados en el lugar que les corresponde: son el pilar de la vida y la sociedad, quien cuida debería ser venerado y causar admiración, y debidamente recompensado por ello. Pensad que nuestra especie no sobrevivirá si no cuidamos el medio ambiente, por ejemplo. 

Consiste también en redescubrir el feminismo como única vía para la sostenibilidad de la vida, no solo como supervivencia, sino como una vida digna para todos y todas que merezca la pena ser vivida (como explica Amaia Pérez Orozco en "Subversión feminista de la economía", un libro imprescindible). Para ello es necesario cambiar la mentalidad para entender que los cuidados son cosa de todos y todas (algo público y no privado), una responsabilidad como sociedad, es decir, socializar los medios de atención (Marx nos sirve para todo). Últimamente se habla mucho de feminizar la política, algo que seguirá siendo una utopía si no se humaniza previamente la economía: reparto equitativo de lo doméstico y corresposabilidad en los cuidados, reducción drástica de jornadas laborales, ampliación e igualación de bajas por maternidad/paternidad, sistema público sanitario y educativo de calidad, salarios considerablemente más altos... todos factores imprescindibles para permitir la conciliación vital de todos y todas. No habrá muchas mujeres presentándose a alcaldesas o llegando a ministras si tienen que asumir solas la tarea de cuidar de niños, ancianos y dependientes; si les toca siempre estar en el ANPA e ir a las tutorías, si todo trabajo consiste en renunciar por completo a la vida social, familiar, emocional y vegetal (sí, también tenemos derecho a holgazanear, a no hacer nada en absoluto productivo, a vegetar sin más). 

Poner al ser humano y su calidad de vida en el centro es feminista en sí mismo, posibilitaría un acceso igualitario de mujeres y hombres en todos los ámbitos, incluidos los puestos de poder político y económico. Así tendremos tiempo para escribir discursos, dar mítines, ser secretarias generales o presidentas SI ES ESO LO QUE QUEREMOS, pues también podemos querer sencillamente rascarnos la barriga o a lo mejor, fíjate tú, cuidar y mimar a otros, pues la realización personal no tiene porqué equivaler siempre a una carrera profesional ascendente, sino que debería consistir en elegir libremente qué hacer con tu tiempo. Ese derecho a decidir sobre ti misma y tu cuerpo no será real si no se extiende a tu tiempo (el verdadero patrón oro del capitalismo).

Realmente a María, que se cree tan falta de todo, solo le falta eso, tiempo. María necesita tiempo para conocer a María, querer a María, cuidar de María, simplemente ser María y no buscar ser otra, y disfrutar de María (y los demás). Y después, solo si realmente lo desea, escribir un libro, enamorarse, ser madre, conocer el resto del mundo, liderarlo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

"Canis" y conciencia de clase

   El sentido del humor es un reflejo del ingenio y la capacidad intelectual tanto de las sociedades como de los individuos que las forman, pero también puede reflejar sus prejuicios y estereotipos más arraigados. Analizando sobre qué se hacen más habitualmente chistes en cada época o población podemos obtener una nítida radiografía de cuáles son sus colectivos discriminados o peor vistos socialmente. El repertorio ha sido (y es) amplio a lo largo de la historia: chistes de negros, de judíos, de mujeres, de leprosos, de gitanos, de gente de Lepe o de andaluces en general, de gallegos, catalanes y vascos, de homosexuales... En España, un nuevo colectivo ha subido en los últimos años al primer puesto de la lista de chistes recurrentes: los "canis" y "chonis" en cualquiera de sus denominaciones (si los esquimales son conocidos en el mundo entero por los múltiples nombres que tienen para la nieve, los españoles quizá pasemos a la posteridad por la cantidad de nombres que tenemos para referirnos a lo que entendemos por "cani": poqueros, poligoneros, malotes, gañanes... Aquellos que queráis ampliar vuestro vocabulario podéis dirigiros a la mayor fuente de "sabiduría" popular, La Frikipedia, para buscar sinónimos  de "cani" y para encontrar todas las connotaciones peyorativas que conlleva esta palabra ).


   Como comentaba, cada corriente de chistes de estereotipos corresponde a un tipo de odio, fobia o discriminación social: machismo / misoginia, xenofobia y homofobia son las tres principales fuentes de las que beben sus autores (la mayoría anónimos). Entonces, los chistes de "canis" no parecen encajar en este esquema, os diréis a vosotros mismos. Sin embargo, yo creo que sí. Pueden englobarse perfectamente dentro de lo que entendemos por clasismo ("actitud de los que defienden la discriminación por motivos de pertenencia a otra clase social", según la RAE) o prejuicios de clase. Qué tendrán que ver los chascarrillos sobre los "canis" con las clases sociales, si también nos metemos con otras tribus urbanas (góticos y "emos", "hipsters", "indies" o modernos; "heavies", "punks", "rockeros" o "rastafaris"...), si para todas tenemos al menos un par de buenos chistes, os preguntaréis. Pues bien, las diferencias están claras. La calificación de "cani" no se limita a la estética de la persona y al estilo de música que prefiere. Responde, nos guste admitirlo o no, a una pertenencia a determinado sector de la población y a una determinada clase. Por supuesto, lo primero que llama la atención es la superficie (las marcas de ropa que escogen, los grupos musicales que escuchan, los complementos que utilizan, los tipos de coche o mascotas que se compran...). Pero si ahora os preguntase en qué zonas viven o dónde soléis encontraros a los "canis" cerca de vuestro lugar de residencia, me señalaríais sin dudar barrios enteros concretos. Y esto es porque aquellos a los que calificáis de "cani" son en su inmensa mayoría (por no decir su totalidad) de origen humilde, vienen de familias obreras, o lo que es lo mismo que decir la clase trabajadora o proletaria. Si hay algún "cani" burgués (véase Cristiano Ronaldo o David Bisbal), es porque se ha convertido en uno con el tiempo, haciendo fortuna debido a algún tipo de talento (artístico, deportivo...) o a su trabajo. Eso que llamamos "nuevos ricos". Pero su origen sigue siendo el mismo. Obrero. Y los obreros suelen vivir, valga la redundancia, en barrios obreros, que conocemos como periféricos o el extrarradio, sin más. El resto de las tribus urbanas pueden pertenecer a cualquier clase social y vivir en cualquier barrio. 

   Por otra parte, al "cani" se le presupone una forma de ser que no se le supone al resto de tribus urbanas. Cuando decís "cani" también queréis decir persona con poca o ninguna cultura general, en ocasiones incluso analfabeta, que ha experimentado el fracaso escolar y que además no muestra interés en trabajar, es vaga en sí misma. No sabemos si los góticos o los "hipsters" son muy trabajadores o poco, ni conocemos su nivel medio de formación. Pero en cuanto a los "canis" lo tenemos clarísimo. Son parásitos, chusma inactiva. Lo que hemos dado en llamar "Ni-Nis" (ni estudian, ni trabajan). Ojo, no todos los "Ni-Nis" son "canis", cualquier joven de cualquier procedencia puede haber abandonado sus estudios y no estar buscando un empleo, pero en nuestra concepción general, TODOS los "canis" son "Ni-Nis". Y si no lo son, tienen un trabajo de "cani". Con esto nos referimos a trabajos poco cualificados: camareros, peluqueras, reponedores o cajeras de supermercado... Ojo otra vez, no consideramos "canis" a todos los que desempeñan este tipo de labores, pero no se nos pasa por la cabeza que un "cani" pueda querer acceder siquiera a otra clase de profesión. ¿Un abogado con peinado "cenicero"? ¿Un médico con chandal y "oros"? ¡Ni de coña! 

   No hay duda de que la palabra es de por sí despectiva. Y es que los "canis" no le gustan a nadie, por lo visto. Ninguna otra tribu urbana despierta un odio tan unánime y pasional, excepto los "perroflautas" entre las personas mayores y conservadoras, y resulta que estos también son en su mayoría pobres. Pero de los de pedir, y esto, claro está, resulta mucho más molesto. Puede que nos riamos de los pijos por sus mocasines de colores y sus jerseys por los hombros (está quizá sea la tribu que después de "canis" y "perroflautas" despierta más resquemores, y justamente es por otro enfrentamiento de clase, ya que los "pijos" suelen ser todos de clase "media-alta", pues para pagar los "cocodrilos" y los "jugadores de polo a caballo" hace falta "parné"), o de los "emos" por su tendencia a dramatizar, o del "postureo" de los hipsters; pero si hay un colectivo que TODOS rechazamos de antemano, independientemente de nuestro origen, gustos o estética, son los "canis". Una buena forma de comprobar si estoy en lo cierto o no, es echar un vistazo a las redes sociales. Me he permitido buscar en Twitter palabras como "cani", "choni" y "poquero" y mirad lo que me he encontrado. 



    Una elocuente muestra de que sí, se les asocia a barrios concretos, se hace incluso distinción entre ellos y las personas normales, se les considera "vagos y maleantes" (sacando a relucir la ley franquista) y maleducados (no saben hablar ni escribir con corrección) y se llega a desear su muerte o exterminio (aludiendo a la selección natural cuál brillantes darwinistas sociales en la línea del nazismo). No sólo son las prendas que se ponen o los géneros musicales que escuchan aquello de lo que hacemos burla. Porque hay que dejar claro que todo esto se suele decir en broma, ¿o no?

   Pero no he venido aquí hoy a redactar un J'acusse en defensa de los "canis" como hizo Zola en su día en defensa de los judíos. No se encarcela a nadie por ser "cani". Lo que quiero es determinar la causa de esta estigmatización y a qué se debe este creciente rechazo y focalización de la mofa y befa de nuestro país en este grupo social.


   Si echamos un vistazo a la televisión, podemos encontrar este estereotipo copando gran parte de la programación de los canales generalistas. Lo primero que se nos viene a la cabeza son los reality shows, desde los clásicos como Gran Hermano hasta los híbridos más modernos como Mujeres, Hombres y Viceversa; Hermano Mayor o Gandía Shore. Están plagados de "canis", y no sabemos si es porque son ellos los que más se presentan como participantes o porque es un requisito de selección. Pero en los magacines y programas de reportajes también encontramos nuestra buena dosis de "canis": Belén Esteban, "la princesa del pueblo", en Sálvame, es su máximo exponente; junto a los retratos esperpénticos de barriadas y polígonos con los que les gusta regalarnos a los de Callejeros. La ficción tampoco está exenta de su ración de "canismo": la Juani de Médico de Familia fue la precursora de Manos a la obra (¡Manolo y Benito Corporeison!), Los Serrano, Yo soy Bea, Aquí no hay quien viva / La que se avecina... pero, sin duda, la joya de la corona es Aída. Lo tiene todo. Cualquier estereotipo peyorativo sobre la clase trabajadora de los barrios periféricos (representados por este Macondo de viviendas sociales conocido como Esperanza Sur) lo encontraréis en esta serie de televisión. Cualquiera. A saber:


- Aída: Madre divorciada y desdoblada entre las labores del hogar y las labores de los hogares de los demás, porque, como no podía ser de otra manera, trabaja como limpiadora (como "chacha", si nos atenemos a la nomenclatura despectiva que se exhibe en la serie). Para más inri es inculta y simplona y siempre está en celo porque no encuentra varón para un "apaño".


- La Lore: hija adolescente "choni", ligera de cascos y muy corta de luces que abandona sus estudios para participar en Gran Hermano. Sólo piensa en sexo y diversión (sinónimo de discotecas, alcohol y...claro, sexo otra vez). 


- El Jonathan: El hijo delincuente juvenil/ pandillero. Lo que entendemos por gamberro.


- El Luisma: El hermano (ex)yonqui descerebrado y sus amigos (ex)yonquis descerebrados. No piensa buscarse un trabajo ni falta que le hace. Lo que entendemos por vividor. De poca monta, eso sí.


- La madre de Aída: ex-actriz de variedades, obesa por pura insatisfacción, comedora compulsiva que hace gala de una total falta de autocontrol y de un egoísmo y mezquindad sin límites.


- Paz: Una vecina prostituta.


- Macu: La paleta que llega del pueblo a vivir a la ciudad, por supuesto, "más bruta que un arado". Igual de "facilona" que la Lore.


- Mauricio: el dueño del bar más concurrido del barrio y "facha" mayor del reino (machista, racista, franquista...). También es lo más parecido a un capitalista que se puede encontrar en Esperanza Sur, porque tiene un mísero bar, lo que le faculta para considerarse "empresario" e intentar explotar y sacar beneficio de todo el que se le ponga por delante.


- Machupichu (¿alguien sabe como se llama?): el inmigrante sumiso.


- Fidel: el único personaje de Aída con inteligencia y amplia cultura general. Por eso mismo aparece estigmatizado como pedante, pomposo e insoportable. Querer saber en un barrio de clase baja es pecado. Además es gay, otro pecado. "Puritita" carne de "bullying".


- Aidita: nieta rechoncha y "chapona" de Aída. Otra "sabionda" como Fidel. Más carne de "bulliyng" para el asador.


  En general, lo que sacamos en conclusión de una de las series de mayor audiencia emitidas en España es que la clase trabajadora de los barrios humildes tiende a guiarse sólo por sus instintos, no sólo de supervivencia (llegar a fin de mes como sea, alimentar a su familia), sino también sexuales (no es casualidad que el único personaje femenino de la serie que no está "salido" se dedique precisamente a la prostitución) y otros vicios (gula, drogas...). El proletariado lleva asociándose así desde 2005 en el prime-time de los domingos directamente a la marginalidad y a la picaresca, cuando no a la delincuencia, y a la ausencia de formación y un empleo digno y de interés por los mismos. Lo que es lo mismo que decir que si no prosperan es porque o no están capacitados para ello, o no les da la gana. O lo que es lo mismo que decir que se aprovechan de los subsidios y la caridad y que no son en absoluto productivos para el Estado. Escoria, en una palabra. Lastre que soltar. Por algo "barriobajero" es un insulto.


   Claro que este cargar las tintas en las clases más bajas de la sociedad no es sólo cosa de los medios de comunicación y el "entertainment". Y no proviene de ellos. Preguntémonos a quién señalan los políticos y empresarios cuando dicen que hemos vivido por encima de "nuestras posibilidades", que el dinero de las pensiones y prestaciones sociales "se gastan en pantallas de plasma", que hay que recuperar la "cultura del esfuerzo", que debemos pensar más en nuestros deberes que en nuestros derechos y trabajar como "chinos en un bazar" si queremos salir de la crisis algún día. Se refieren a aquellos que con un trabajo de asalariados osaron viajar en sus vacaciones, comprarse casa y coche, disfrutar de la cultura y las nuevas tecnologías o conseguir que sus hijos accediesen a estudios universitarios. La percepción de que tenían más de lo que se merecían, acorde a su papel social, es la excusa perfecta para todos los recortes en servicios públicos y derechos del trabajador que permitan al sector privado campar a sus anchas. Su justificación sociopolítica e incluso moral: hay que frenar la plaga de parásitos irresponsables que nos ha llevado a la situación económica en la que nos encontramos.


   Este fenómeno lo describe de maravilla el que debería ser ya un libro de cabecera para todo el que quiera entender lo que está pasando: "Chavs, la demonización de la clase obrera", escrito por el británico Owen Jones y publicado en España por la editorial Capitán Swing. Para que os hagáis una idea, los "chavs" ("chavettes" en femenino) serían los "canis" en Gran Bretaña. Es la palabra que usan coloquialmente para referirse a los jóvenes de las viviendas de protección oficial, que tienen un acento y apariencia concretas. Como aquí, son objeto de escarnio en la televisión y en Internet, con el mismo estereotipo de desempleados y pensionistas crónicos, de baja catadura moral y también bajo coeficiente intelectual, potenciales delincuentes y adolescentes embarazadas que salen de familias desestructuradas y/o disfuncionales. Owen explica cómo "este concepto es en realidad una manera oblicua de definir al conjunto de la clase trabajadora y responsabilizar a los pobres de ser pobres". Como apuntábamos antes, en plena crisis económica mundial, la justificación cae del cielo. La pobreza no se debe a los problemas macroeconómicos y estructurales, a las limitaciones del "sacrosanto" libre mercado o a las decisiones y comportamientos de las clases poderosas, sino a los defectos de los ciudadanos que la sufren: a sus hogares dislocados, a su falta de ambición y sacrificio y a su escasa capacidad intelectual.  


   También nos cuenta cómo en Gran Bretaña el término “chavs” se aplica como si de un concepto sociológico se tratase, aunque que nadie puede decir con exactitud qué significa. El diccionario de Oxford por Internet define al “chav” como “un joven de clase baja, de conducta estridente que viste ropa de marca, auténtica o de imitación”. Otro diccionario de 2005 los define como “joven de clase trabajadora que se viste con ropa deportiva”. Extraoficialmente, a modo de chasquarrillo, se dice que es un acrónimo de “Council Housed and Violent” (Habitante de Casas Municipales y Violento). En un libro satírico que fue best-seller en el Reino Unido, "The Little book of Chavs", se llegan a identificar los que se consideran como típicos trabajos “chavs”. La “chavette” es una aprendiz de peluquería, limpiadora o camarera mientras que los hombres son guardias de seguridad o mecánicos. Según el libro, “chavs” de ambos sexos suelen ser cajeros en los supermercados o empleados de hamburgueserías. ¿Os suena de algo?


   Pero lo interesante del libro de Owen es que nos cuenta paso a paso cómo se ha llegado hasta aquí. La era del neoliberalismo, inaugurada por Margaret Thatcher con una drástica desindustrialización en los años 80, marcaron el triunfo de un individualismo que hundió el sistema de valores solidarios de la clase trabajadora. Los ataques de Thatcher a los sindicatos y a la industria asestaron un duro golpe a la vieja clase obrera industrial. Los trabajos bien pagados, seguros y cualificados de los que la gente estaba orgullosa, y que habían significado el eje identitario de la clase obrera, fueron erradicados. Apelando a la falacia de la responsabilidad individual como ascensor en la escala social, sentó las bases de la actual "ley del más fuerte". “El objetivo era acabar con la clase obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio interés”, escribe Jones. El libro analiza y muestra, de este modo, como el odio a los "chavs" no es un fenómeno aislado. Es, en gran parte, producto de una sociedad con profundas desigualdades.

   Owen pone de manifiesto cómo el estereotipo ha contribuído a justificar el ajuste fiscal de la coalición entre conservadores y liberales que lidera el primer ministro David Cameron, que en uno de sus discursos pronunció lo siguiente: “¿Por qué esta rota nuestra sociedad? Porque el Estado creció demasiado, hizo demasiado y minó la responsabilidad personal” (alumno aventajado del thatcherismo, "isn't it?"). Este tipo de cosmovisión ha servido de trampolín también para absurdas propuestas reaccionarias de limpieza social. En 2008, un concejal "torie", John Ward, propuso la esterilización obligatoria de las personas que tuvieran un segundo o tercer hijo mientras cobraban beneficios sociales, medida apoyada con entusiasmo por los lectores del periódico del ala derecha Daily Mail, horrorizados ante los "aprovechados y sinvergüenzas que están hundiendo el país”.

   Supongo que en estos momentos los chistes sobre "canis" o las series como Aída ya no os parecerán tan graciosos. Al menos a mí no me lo parecen. Y si antes me lo parecían es debido a otro de los mitos del capitalismo salvaje, ese del que tanto habéis oído hablar, el de que "todos somos clase media" (todos los que no llegamos a ser directores de una gran multinacional y a poseer un yate de más de ocho metros de eslora, pero que tampoco somos pobres de solemnidad). Es decir, desde profesores, enfermeros, funcionarios, periodistas, farmacéuticos, autónomos, taxistas... a las profesiones más propiamente asimiladas a la clase obrera (operarios, mineros, albañiles...). Precisamente, el hecho de que se asimile la clase más baja al grupo social de los "canis" y que nos riamos de ellos por verlos tan ajenos a nuestras circunstancias y comportamientos, contribuye a que nos traguemos el cuento de que somos clase media. ¡Cómo vamos a ser del proletariado, si vestimos con gusto y tenemos una gran sensibilidad cultural e incluso artística! Pues lo somos, porque el trabajo de las profesiones liberales y/o cualificado es hoy tan precario como el menos cualificado, lo somos porque casi todos tenemos contratos temporales con sueldos irrisorios, si tenemos alguno. Si un periodista o un comercial tiene las mismas condiciones laborales y productivas que un camarero o una peluquera, significa que pertenece a su mismo extracto social, es un obrero, un asalariado, clase trabajadora en definitiva, esté sentado frente a un ordenador Mac o lleve traje durante su jornada. 

   Cada vez que nos reímos de esos chistes o discurrimos otros nuevos, cada vez que caemos en el estereotipo de clase y utilizamos palabras como "verdulera" o expresiones como "es de pobres" para menospreciar, actuamos como cómplices de aquellos interesados en convertir el trabajo digno en esclavitud. Es este cinismo el que explica fenómenos como que las clases más pobres voten a la derecha. Que un hijo de obrero que ha estudiado ingeniería, que tú, o que yo, despreciemos y nos sintamos superiores a un albañil o a una peluquera, y que estos a su vez se quejen, por ejemplo, de que los barrenderos se hayan puesto en huelga o de que los funcionarios cobran demasiado para "lo poco que hacen" es la gran victoria del capitalismo: los trabajadores odiándose entre ellos y olvidando su trascendencia y poder social si se unen, es decir, el caldo de cultivo perfecto para reducirlos a simples instrumentos del capital sin ningún margen de acción reivindicativa. Porque si tenemos (o tuvimos) fines de semana, vacaciones, derecho a huelga, a organizarnos, a cobrar una baja si nos ponemos enfermos, días de asuntos propios, salarios, subsidio de desempleo y pensiones de jubilación, es porque esas personas con mono y carné de sindicato que ahora ninguneamos consiguieron todas esas cosas a base de protestar y resistir. Y si ahora las estamos perdiendo es en gran parte porque consideramos que la clase trabajadora no vale nada o que directamente está desapareciendo. Que hayamos perdido la conciencia de clase no significa que las clases ya no existan. Por algo fue el magnate norteamericano Warren Buffett el que dijo: "Por supuesto que existe la lucha de clases, y somos los ricos los que vamos ganando".

P.D.: Cuando estaba en primero de Bachillerato mi profesor de Historia del Mundo Contemporáneo, sorprendido por mi alto nivel de conocimientos históricos y por los libros que me veía leer, me preguntó a qué se dedicaban mis padres, esperando, supongo, que le dijese que eran profesores universitarios o algo por el estilo. Cuando le dije que mi padre era marinero y mi madre ama de casa, abrió mucho los ojos y sólo me dijo, "Pues vaya mérito tienes". Creo que fue ese día en el que empecé a rumiar todo esto que he escrito hoy.

domingo, 27 de octubre de 2013

Las mujeres que no amaban a las mujeres

   Soy una mujer de 27 años. He podido estudiar una carrera universitaria. Elegir la carrera que he querido. Nunca he tenido un novio que me pegase. Tampoco me han violado. No me han lapidado en plena calle por adúltera. Ni quemado por bruja. No he tenido que conservar mi virginidad hasta el matrimonio ni casarme por la Iglesia. Mis padres me han educado para ser una persona independiente en todos los sentidos. Jamás he tenido que luchar con ellos para que me dejasen vestir a mi gusto. Mi madre no me ha preparado para ser una gran ama de casa, esposa amantísima y obediente y madre abnegada. Ni siquiera me compraron una Barbie siendo niña, ni me han regalado nunca por Navidad o mi cumpleaños algún juguete que sugiriese que mi lugar en la vida estaba entre fogones y fregonas. En mi casa me han enseñado a decir que no a todo lo que pudiese resultar un menoscabo de mi dignidad ya no sólo como mujer, sino como persona. Y, a pesar de todo, de que soy una mujer joven en pleno S.XXI, sé que el machismo existe todavía, y que ha llegado vivo hasta 2013 con la connivencia de las mujeres. Con la mía incluida, a pesar de considerarme absolutamente feminista y de izquierdas.

   Seamos conscientes o no, la mayor parte de las mujeres participamos o hemos participado alguna vez en la transmisión y el mantenimiento del patriarcado y la discriminación sexual. Desde las formas más evidentes y censurables, como las madres que educan a sus hijos de modo claramente distinto al de sus hijas (cuántas niñas les han tenido que hacer la cama a sus hermanos...) o las madames que se enriquecen en el negocio de la prostitución; hasta las más sutiles y casi invisibles, como cuando se finge un orgasmo para no herir la sensibilidad masculina o cuando dejamos que una revista nos dicte "qué pasos debes seguir para conseguir ser una diosa del sexo sin parecer demasiado zorrón". 

   En este fenómeno de contribución de la mujer a la perpetuación y transmisión de las actitudes machistas, la famosa rivalidad entre mujeres tiene un papel primordial. Todas sabéis a qué me refiero. Esas frases que habéis oído mil veces del estilo "las mujeres somos unas arpías entre nosotras"o "tengo más amigos que amigas porque ellos son más nobles, las mujeres son unas envidiosas". No podemos negar que esa competencia, a veces encarnizada, existe. Para comprobarlo, basta que nos respondamos a las siguientes preguntas:

¿Cómo soléis referiros a una chica más guapa o delgada que vosotras? Zorra, puta, guarra. ¿Y a una más gorda que vosotras? Pobrecita. ¿O a una mujer que ha llegado a lo más alto en su carrera profesional? Chupapollas. Trepa. Seguro que se ha acostado con el jefe. Zorra, puta, guarra. ¿Y a una mujer que se ha emparejado con un hombre maravilloso que la quiere y se preocupa por ella? Cornuda. Quizás también zorra, puta, guarra si ese hombre es justamente el que quisierais para vosotras. Y si en concreto vosotras jamás habéis utilizado alguno de estos calificativos (permitidme que lo dude), se lo habéis escuchado utilizar a alguna (y más de una) de las mujeres que conocéis.

   Después de reconocer la existencia de la rivalidad femenina, conviene hacer un alto en el camino para entender porqué existe. Por supuesto, no creo que exista por naturaleza. No creo que las mujeres sean unas brujas envidiosas desde que nacen, y, por supuesto, no creo que todas las mujeres odien (más o menos secretamente) al resto de las mujeres. Para empezar, tengo cinco amigas. Sí, sólo cinco, pero es que soy una firme defensora de la calidad frente a la cantidad. Y precisamente lo son, con todas sus diferencias entre ellas, por tener algo en común: me quieren tal como soy y desean lo mejor para mí, al igual que yo para ellas, incondicionalmente, sin considerarme una rival o alguien con el que compararse. He tenido "amigas" que se ha comportado conmigo como si mis logros fuesen en menoscabo de los suyos, o que han criticado sistemáticamente mi aspecto y mis decisiones por no comulgar con el suyo/las suyas, y tarde o temprano han dejado de serlo. Esas mujeres actúan como si la vida fuese un cásting o concurso de belleza continuo, pero no lo hacen porque lo lleven en su ADN, sino porque se lo han inculcado. Si la mujer se preocupa exageradamente por su aspecto físico, es porque este sigue siendo, nos guste admitirlo o no, el principal factor para ponderar su valía. Y si las mujeres siguen peleándose por un hombre con el que emparejarse es porque su consideración pública sigue dependiendo en gran parte de que lo consigan.

   Si en estos momentos estáis negando con la cabeza y diciendo que estoy exagerando, y que hoy en día una mujer puede estar perfectamente gorda o soltera sin que se la juzgue por el mero hecho de estar gorda o soltera, acordaos de los cientos de revistas y programas de televisión que dedican páginas y horas a criticar el aspecto físico de las mujeres y sus relaciones de pareja (sí, esas que muchas compráis - más o menos secretamente- y con las que os encanta reíros de las demás por el mero placer de ver que a Christina Aguilera le ha engordado el culo o que a Victoria Beckham o Sienna Miller sus maridos las engañan con la niñera). Listas de las peores vestidas, fotografías en las que a una famosa se le aprecia la celulitis o alguna zona de su cuerpo sin depilar, rumores de cuernos y rupturas... Hay toda una industria montada alrededor de fomentar que las mujeres se critiquen entre ellas por motivos de apariencia o de "mal de amores". El simple hecho de que le concedamos nosotras mismas tanta importancia a que a una cantante le sobren kilos o le falte un marido, habla de que el machismo no se ha superado. Porque a pesar de que Jennifer Aniston sea multimillonaria y tenga éxito como empresaria y actriz (nos gusten o no sus películas), siempre será la pobre chica a la que Brad Pitt abandonó. Y al revés, por muchos logros y dinero que acumule Angelina Jolie, aunque hubiese ganado un Oscar con apenas 25 años, su mayor éxito siempre habrá sido casarse con Brad Pitt y ser la madre de sus hijos (biológicos o no). 

   Si una mujer tiene éxito profesional pero no éxito en el amor, tendemos a sentir lástima por ella e incluso a despreciarla. Fijaos en que a los hombres se les suele llamar "señor" independientemente de si están casados o no, y una mujer sólo es "señora" si tiene un marido que lo refrende, si no sólo es "señorita". Este simple detalle evidencia ni más ni menos que nuestro estatus todavía depende de nuestro estado civil. Por algo un hombre sin pareja de más de 35 años es "un soltero de oro que quiere disfrutar de la vida" y una mujer en las mismas circunstancias es una "solterona que no encuentra quien la quiera y a la que se le está pasando el arroz". Igual de intransigentes nos mostramos con nuestro físico y el de las demás: está gorda, está anoréxica, es un palo, es amorfa, es peluda, es calva, tiene el pelo de estropajo, está operada, viste como una zorra, viste como una monja, es hortera, no tiene gusto...

   Ni que decir tiene que esta competencia está arraigada en siglos de dominancia patriarcal, y que no pertenece a ninguna forma de ser intrínsecamente femenina. Cuando la prosperidad e incluso la supervivencia dependían exclusivamente de conseguir un buen matrimonio, no quedaba más remedio que competir por él. Hoy en día, dicha rivalidad debería haber disminuido drásticamente o haber desaparecido sin más, si realmente el machismo y la supremacía del hombre sobre la mujer también lo hubiesen hecho, pero no es así. Y esa competencia es una prueba fehaciente de ello, así como el hecho de que la industria de la moda, cosmética, etcétera, beben directamente de la fuente de la rivalidad femenina y de nuestra lucha porque los hombres nos vean guapas y poder así seducirlos. Por ello dicha rivalidad y la cosificación sexual de la mujer se siguen fomentando desde la publicidad y la cultura popular en general (series y programas de televisión, pornografía, canciones y vídeos musicales...). 

   El capitalismo ha extendido la hipercompetitividad a todos los ámbitos: el modelo educativo, el modelo laboral... Todo es un concurso de méritos constante para poder sobrevivir dentro de la ley de la oferta y la demanda. Por supuesto, los hombres deben competir también entre ellos, pero la mujer lo tiene más difícil porque se sigue considerando que las cargas familiares le pertenecen en exclusiva. Por ello, se da otro fenómeno que contribuye a la perpetuación del machismo, llevado a cabo por las mujeres: las mujeres que en un mundo machista se sirven del machismo para medrar. Estas mujeres adoptan actitudes machistas, consideran que comportarse como hombres y menospreciar al resto de mujeres como si no fuesen una de ellas les dará más facilidades a la hora de conseguir sus objetivos. Muchas de estas mujeres renuncian a la conciliación familiar y a exigir sus derechos, y son las que suelen acusar a las mujeres que sí luchan por obtener la igualdad de exageradas, histéricas e incluso "feminazis". Son esas mujeres que niegan la existencia del machismo, pero que actúan de forma mimética a un hombre para que la traten como tal, aunque justo ese hecho evidencia que realmente no existe un trato igualitario entre hombres y mujeres. Acusan a las feministas de odiar a los hombres, inventándose incluso un término para ello (el manido y absurdo "hembrismo") y ellas se comportan como si efectivamente odiasen a las mujeres.

   Y es que yo estoy convencida de que la mejor forma de feminismo es quererse a una misma y al resto de mujeres tal como son. Ante el machismo cotidiano de la actualidad, más difícil de combatir por estar encubierto y precisamente por ser negada su existencia por muchas mujeres, lo mejor que podemos hacer para resistirnos a él es ser sinceras con nosotras mismas y entre nosotras. Salir del rebaño para decir bien alto: "No, no puedo andar ni bailar con tacones, son incómodos y me machacan los pies y la columna vertebral", "No, no pienso volver a dejar mi vagina totalmente desprotegida ante candidiasis y cistitis sólo porque a los tíos les gusten los "chochitos" sin pelo, porque además un coño imberbe es un coño de niña, no de mujer, malditos pedófilos", o "No, no tengo instinto maternal y no pienso ser madre sin desearlo, porque no hay peor cosa que se le pueda hacer a un niño indefenso que convertirlo en un hijo no deseado", o "No, no puedo permitirme bolsos de Louis Vuitton ni zapatos de Manolo Blahnik y, la verdad, tengo mejores cosas para las que ahorrar", o "No, no me he corrido, porque te has dedicado a follarme pensando sólo en tu pito y te has olvidado de estimular mi deseo, puto egoísta" o "Sí, ya no tengo 25 años, por eso no pienso ponerme morros ni estirarme el cuello, porque tengo derecho a envejecer sin que se me menosprecie por ello" o "Sí, me sobran kilos, pero también me gusta comer, de hecho disfruto tanto con un buen vino y un buen secreto ibérico que esta hermosa chicha me compensa". 

   Ser feminista consiste en primera instancia en dejar de complacer a los demás, no sólo a los hombres, sino a la sociedad en general, y dejar de tomar decisiones pensando en lo que "se espera" oficialmente de nosotras. Se trata de hacer lo que una quiera, basándose en lo que una necesita o en lo que es mejor para una. Y esto no significa dejarse llevar por el egoísmo, sino tomar las riendas de tu destino. Es absurdo y muy triste ver como muchas mujeres se pasan la vida siguiendo los consejos de las revistas que se hacen llamar a sí mismas "femeninas" o "para mujeres", buscando en una especie de modo "en espera" o actitud pasiva la dieta mágica que las convierta en la modelo de lencería que no son, un "look" y un perfume que defina su personalidad y consiga hacerlas irresistibles ante cualquiera, el príncipe azul que las rescate de su vida anodina para después planificar la boda que las convierta en "princesa por un día". Todo ello en lugar de simplemente aceptarse a sí mismas, desarrollar su personalidad propia, con la que intentar conseguir los objetivos vitales y profesionales que se propongan y casarse simplemente por amor si este surge o no casarse jamás si no les da la real gana.

   En resumen, el principal mandamiento de la ley del feminismo debe ser "Ámate a ti misma sobre todas las cosas y al resto de mujeres como a ti misma". Porque nuestra falta de autoestima es la que le acaba concediendo el poder por defecto al hombre y porque no, la culpa de todo no la tiene Yoko Ono.