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martes, 18 de abril de 2017

Mamá es una mujer

"¡Déjame en paz, pesada!" Seguramente no me equivoque si me atrevo a afirmar que esta es la frase que más escucha una madre a lo largo de toda la etapa de crianza de sus retoños desde que estos tienen uso de razón. Yo se la he dicho mucho a mi madre y todavía se me escapa hoy en día. El concepto patriarcal de maternidad nos hace ver automáticamente a nuestras madres como seres desnaturalizados cuya única razón de existir es precisamente nuestra existencia: son proveedoras oficiales de comida caliente y ropa limpia, máquinas expendedoras de cariño y comprensión a la carta, cuyo botón de encendido apretamos cuando necesitamos que nos escuchen, y que por supuesto deben permanecer hibernando u ocupadas en tareas domésticas a la espera de nuestro próximo requerimiento. 

El modelo de maternidad impuesto por el patriarcado consiste en superponer la condición de madre al resto de las condiciones que conforman nuestra identidad: eres madre antes que mujer o persona, por supuesto antes que ser pensante y sintiente con sus propios deseos y necesidades. Esta idea viene reforzada por el mito del "amor de madre", ese cuento chino que promete que el amor de nuestra "mami" será incondicional hagamos lo que hagamos y la tratemos como la tratemos, que somos y seremos siempre lo que más quiere por encima de sí misma, de su salud tanto física como mental. Nos ha costado, pero muchas y muchos hemos conseguido entender el concepto de violencia machista en toda su complejidad y darnos cuenta de que gran parte de lo que identificábamos anteriormente como "amor romántico  o " amor verdadero" en el ámbito de las relaciones de pareja no era otra cosa que maltrato. Sin embargo, nos cuesta más identificar ese maltrato basado en la falacia del "amor eterno e incondicional" (eminentemente psicológico) en las relaciones materno- filiales. Pero sí, en muchas ocasiones estamos maltratando a nuestras madres y anulándolas como mujeres y como personas sin saberlo. 

Cuando esperamos que nuestra madre lo deje todo en cualquier momento e interrumpa el curso de su vida porque necesitamos su ayuda, cuando exigimos que su paciencia y su ternura sean infinitas, cuando convertirmos nuestros problemas en los suyos, cuando le mandamos callar porque ella no ha leído los mismos libros reveladores ni ha vivido las mismas experiencias liberadoras que nosotras, cuando la tratamos con condescendencia, cuando damos por hecho que ocuparse de las comidas y celebraciones familiares son su responsabilidad hasta que la muerte nos separe, o que nuestros hijos son los suyos, siempre que olvidamos darle las gracias, cuando jamás le preguntamos que es lo que quiere/desea/necesita ella realmente, cuando la llamamos histérica porque nos ha chillado, cuando la juzgamos sin tener en cuenta las circunstancias que haya vivido o sufrido más allá de lo que conocemos de ella, cuando le hacemos chantaje emocional, cuando vemos como una ley natural el "hotel mamá" y la recepción vitalicia de "tuppers"; sí, estamos tratando mal a nuestra madre y estamos siendo machistas.

Una no es del todo feminista hasta que no se da cuenta de que su madre es otra mujer más, que sufre las opresiones y discriminaciones del patriarcado como nosotras, que tiene o le gustaría tener una vida independiente de la nuestra. No somos feministas hasta que no aplicamos el concepto de sororidad que tan bien hemos aprendido a nuestra madre, hasta que no "revisamos nuestros privilegios" con respecto a ella. Tenemos tan interiorizada la maternidad patriarcal que eso nos impide ver a una madre como sujeto del feminismo.


Lorelai y Rory, madre e hija en Las Chicas Gilmore


Es más, tendemos a considerar la maternidad como algo directamente anti-feminista. Sólo existen imágenes maníqueas de las madres: santas sufridoras como la Virgen María que renuncian a todo por su familia o viles suegras culpables de haber reproducido el machismo por malcriar a sus hijos y haber obligado a sus hijas en exclusiva a aprender las tareas del hogar, bellas horneadoras de repostería que trajinan en la cocina maquilladas o fregonas iletradas y desaliñadas, ejecutivas agresivas que externalizan cruelmente la crianza de su prole o fanáticas de la lactancia materna y el colecho hasta la adolescencia. Nadie se para a pensar en la complejidad de la situación personal de cada una y el contexto que la rodea: quizá esa madre que dejó su puesto de trabajo para criar a su bebé no lo hubiese hecho si ese empleo la satisficiera realmente, quizá esa otra que trabaja de sol a sol y no puede ver crecer a su pequeño lo hace porque económicamente no le queda más remedio, quizá la madre que ha optado por el biberón sea capaz de criar a sus hijos con apego y quizá la que da pecho a su hija hasta los dos años sea capaz de establecer límites de espacio y tiempo propio para sí misma. La maternidad es cambiante, está llena de aristas y si es fruto de una decisión completamente libre, puede (y debe) formar parte del activismo feminista.


Betty y Sally Draper, madre e hija en Mad Men

Hay que poner el foco en la corresponsabilidad del trabajo reproductivo (tanto cuidado de hijas/os u otros familiares como las tareas domésticas) y en la clamorosa ausencia de LOS PADRES (SÍ EXISTEN) en el debate social sobre los modelos de crianza. Debe cuestionarse el concepto de "conciliación familiar" por reduccionista y patriarcal y exigirse una conciliación vital: una jornada laboral de menos horas para todas y todos sin rebaja salarial para hacer compatible el desarrollo profesional - si se desea- con la vida privada - la que se desee, sea la que sea. Deben reclamarse cambios que de verdad hagan efectiva la igualdad entre hombres y mujeres, como la ampliación y equiparación de los permisos de maternidad y paternidad o el aborto libre y gratuito. Esa es la forma correcta de luchar contra el modelo de maternidad patriarcal, la presión social que sufren las mujeres para reproducirse y la discriminación que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres y además madres; en lugar de etiquetar y definir a las mujeres con respecto a la maternidad, dividiéndolas y enfrentándolas entre "madres" y "no madres" y entre "buenas madres" y "malas madres".

Empecemos por descubrir que nuestra madre es mujer y persona antes que madre, por tratarla como a una compañera de lucha, por corresponsabilizarnos del hogar si todavía lo compartimos con ella y por responsabilizarnos de nosotras/os mismos/as, por cuidarla también a ella, perdonar sus errores y no juzgarla de antemano. Que deje de ser la última de filipinas, la tonta del bote, esa a la que todo el mundo sin excepción se siente en la obligación de emendar la plana y explicar cómo debe realmente hacer las cosas. Escuchemos qué tiene que decirnos, preocupémonos por saber qué siente y sobre todo, dejemos de desautorizarlas constantemente. Las madres son el gran blanco de la desautorización universal, cualquiera sabe hacer LO QUE SEA mejor que ellas. Pontifiquemos menos y pongámonos más en su lugar. De hecho, algún día podremos ocuparlo, si queremos, no esperemos a ello para darnos cuenta de que nuestra madre quizá prefiera estar haciendo cualquier otra cosa más agradable para ella que "darnos la chapa".

jueves, 8 de diciembre de 2016

Más María (y menos los demás)

"María (y los demás)" es una película que tiene por protagonista a una mujer que no protagoniza su vida. En su día a día, María ha quedado relegada a actriz secundaria, de reparto, incluso en ocasiones a mera figurante. Trabaja colocando, leyendo, admirando, editando y promocionando libros de otros y otras autoras en lugar de dedicar tiempo a escribir el suyo, que es lo que realmente le gustaría. Cuida de su padre enfermo de cáncer sin ayuda de sus dos hermanos varones, vigila que su dieta sea la adecuada, controla su medicación, se ocupa de todas las tareas domésticas e incluso se preocupa por cocinarle platos elaborados y hacerle reír; pero se ha olvidado de sí misma. Sueña con enamorarse mientras organiza la boda de otros, se ofrece para colaborar en los proyectos creativos de sus amigos mientras ha dejado aparcada su creatividad. Incluso cuando hace mucho tiempo que no tiene relaciones sexuales y tiene unas ganas locas de follar, acaba olvidando la necesidad apremiante que tiene de correrse para satisfacer la de su pareja. 

María no es el personaje principal de su propia historia, pero sí juega un papel decisivo en las vidas de los que le rodean (los demás), pues sin su trabajo dedicado y delicado, casi invisible, entre bambalinas, la historia de los otros no podría ser la misma: sus hermanos no hubiesen tenido la libertad de marcharse a otro país a perseguir sus sueños o de formar una familia propia si hubiesen tenido que quedarse en la casa familiar a cuidar de su padre, su propio padre quizá ni siquiera seguiría vivo de no ser por la atención de María.  

"María (y los demás)", ahora en cines, está dirigida por Nely Reguera y protagonizada por Bárbara Lennie

La pequeña historia de la familia de María es la historia de la humanidad, que ha progresado y avanzado gracias a las renuncias de las mujeres, al rol que se nos ha impuesto de cuidadoras de las vidas ajenas, al trabajo femenino oculto, no reconocido socialmente ni remunerado económicamente. Es la historia del cuidado de (los demás) como deber de género (femenino). A pesar del valor económico real de esos cuidados, en el patriarcado capitalista en el que vivimos, nadie (pero sobre todo los hombres) considera valioso cuidar de los otros, porque acaba equivaliendo a descuidarse a uno mismo: dedicar tu tiempo y tus recursos al bienestar ajeno no tiene sentido en una sociedad esencialmente competitiva, dejar de ser el centro de tu vida y ceder ese espacio a otras personas es lo contrario a rentable, se considera un altruismo ingenuo que te convierte en inferior. Eres un sujeto incompleto, que por algún motivo no se atreve a dar el paso de hacer lo que supuestamente hemos venido a hacer a este mundo: TRIUNFAR, DESTACAR POR ENCIMA DE LOS DEMÁS, GANAR, VENCER, DERROTAR RIVALES, BATIR AUDIENCIAS, RÓMPER RÉCORDS, ALCANZAR LA CIMA (ESTAR EN ALGÚN TOP TEN O LISTA DE LO MEJOR DEL AÑO; AUNQUE SEA SER UNA ESTRELLA EN TWITTER, YOUTUBE O INSTAGRAM). 

Se trata de ser competitivo en el sentido más puramente mercantil, al fin y al cabo, "generar valor añadido". Si no lo consigues solo puede ser por dos razones: por cobardía o porque no vales. O porque eres mujer, claro, en ese caso ES TU OBLIGACIÓN, ESTÁ EN LA ESENCIA DE LO CONSIDERADO FEMENINO pensar siempre en (los demás) antes que en ti misma. Se supone que tu satisfacción vital proviene subsidiariamente de la de (los demás), de que los invitados disfruten de los platos que has preparado durante horas, de sentirte orgullosa por ver a tus hijos licenciados, de ponerte guapa para tu hombre. 

María no sabe que su vida tiene valor en sí misma. Que no tiene que demostrar nada ni acumular nada (logros, amantes, capital, best-sellers, lo que sea pero acumular) para ser feliz. Que simplemente trabajar en la librería de una editorial y cenar charlando con tu círculo de amigos puede ser en sí mismo maravilloso. Vivir cerca de la playa, poder comer queso y otras cosas deliciosas y con grasa, sentarse a escribir porque le gusta hacerlo, tocar un instrumento. María tiene muchas cosas de las que disfrutar pero no es consciente de ello, porque no están relacionadas con lo que se conoce como éxito ni con la posición social. Por eso tampoco tiene autoestima. Nadie de su entorno inmediato ha alcanzado tampoco el concepto normativo de éxito (su hermano es pinche cuando quiere ser chef, su otro hemano es un niñato caprichoso y malcriado casado con una pija insustancial, su padre necesita siempre de una mujer para valerse por sí mismo, su pareja es un divorciado con dos hijas pequeñas que todavía sueña con ser estrella de rock... todos eternos peterpanes a cargo del sacrificio constante de Wendy) y sin embargo María se siente inferior a todos ellos. La extremada presión social a la que nos vemos sometidas (la nuestra siempre es doble a la de un hombre en nuestras mismas circunstancias) nos hace sentirnos deficientes, defectuosas, y pendientes en todo momento de la opinión de (los demás).

María tiene una belleza que no sabe que tiene, un enorme talento en el que no cree y que no se atreve a explorar ni explotar, una generosidad que ancla a la dependencia emocional. Un fenómeno que habitualmente sufrimos las mujeres. Así, María acaba comparándose continuamente con otros y envidiándolos: envidia a las parejas enamoradas, a las mujeres embarazadas, a los escritores noveles con su primera obra recientemente publicada; aunque ni esas relaciones sean tan idílicas como parecen, ni la maternidad algo que realmente haya deseado, ni esas novelas le resulten tan buenas como a la crítica literaria. Como siempre, una mujer excepcional sintiéndose casi todo el tiempo insegura y desubicada, que quiere lo que tienen las otras personas sin cuestionarse porqué. ¿Por qué pasados los treinta hay que emparejarse, reproducirse, tener casa propia y experimentar lo que se conoce como éxito laboral? ¿Por qué si eres una mujer de 35 todos te miran con lástima dando a entender que no atesoras esos "logros" porque algo falla, tienes una tara que te impide avanzar y madurar, mientras es que si eres hombre se da por sentado que eres un "espíritu libre" por decisión propia, valiente y digno de admiración? Una vez más hemos topado con el patriarcado capitalista.

A María (y las demás Marías del mundo) solo nos queda rebelarnos. Esa rebeldía no consiste en dejar de cuidar para pasar a competir, en no dedicar tiempo a otros para dedicarlo a alcanzar esa infame idea de éxito. Consiste en empezar por cuidarse a una misma (que significa pararnos a pensar en nuestros deseos y necesidades, en satisfacerlos sin sentimiento de culpa) y poner los cuidados en el lugar que les corresponde: son el pilar de la vida y la sociedad, quien cuida debería ser venerado y causar admiración, y debidamente recompensado por ello. Pensad que nuestra especie no sobrevivirá si no cuidamos el medio ambiente, por ejemplo. 

Consiste también en redescubrir el feminismo como única vía para la sostenibilidad de la vida, no solo como supervivencia, sino como una vida digna para todos y todas que merezca la pena ser vivida (como explica Amaia Pérez Orozco en "Subversión feminista de la economía", un libro imprescindible). Para ello es necesario cambiar la mentalidad para entender que los cuidados son cosa de todos y todas (algo público y no privado), una responsabilidad como sociedad, es decir, socializar los medios de atención (Marx nos sirve para todo). Últimamente se habla mucho de feminizar la política, algo que seguirá siendo una utopía si no se humaniza previamente la economía: reparto equitativo de lo doméstico y corresposabilidad en los cuidados, reducción drástica de jornadas laborales, ampliación e igualación de bajas por maternidad/paternidad, sistema público sanitario y educativo de calidad, salarios considerablemente más altos... todos factores imprescindibles para permitir la conciliación vital de todos y todas. No habrá muchas mujeres presentándose a alcaldesas o llegando a ministras si tienen que asumir solas la tarea de cuidar de niños, ancianos y dependientes; si les toca siempre estar en el ANPA e ir a las tutorías, si todo trabajo consiste en renunciar por completo a la vida social, familiar, emocional y vegetal (sí, también tenemos derecho a holgazanear, a no hacer nada en absoluto productivo, a vegetar sin más). 

Poner al ser humano y su calidad de vida en el centro es feminista en sí mismo, posibilitaría un acceso igualitario de mujeres y hombres en todos los ámbitos, incluidos los puestos de poder político y económico. Así tendremos tiempo para escribir discursos, dar mítines, ser secretarias generales o presidentas SI ES ESO LO QUE QUEREMOS, pues también podemos querer sencillamente rascarnos la barriga o a lo mejor, fíjate tú, cuidar y mimar a otros, pues la realización personal no tiene porqué equivaler siempre a una carrera profesional ascendente, sino que debería consistir en elegir libremente qué hacer con tu tiempo. Ese derecho a decidir sobre ti misma y tu cuerpo no será real si no se extiende a tu tiempo (el verdadero patrón oro del capitalismo).

Realmente a María, que se cree tan falta de todo, solo le falta eso, tiempo. María necesita tiempo para conocer a María, querer a María, cuidar de María, simplemente ser María y no buscar ser otra, y disfrutar de María (y los demás). Y después, solo si realmente lo desea, escribir un libro, enamorarse, ser madre, conocer el resto del mundo, liderarlo.