domingo, 27 de octubre de 2013

Las mujeres que no amaban a las mujeres

   Soy una mujer de 27 años. He podido estudiar una carrera universitaria. Elegir la carrera que he querido. Nunca he tenido un novio que me pegase. Tampoco me han violado. No me han lapidado en plena calle por adúltera. Ni quemado por bruja. No he tenido que conservar mi virginidad hasta el matrimonio ni casarme por la Iglesia. Mis padres me han educado para ser una persona independiente en todos los sentidos. Jamás he tenido que luchar con ellos para que me dejasen vestir a mi gusto. Mi madre no me ha preparado para ser una gran ama de casa, esposa amantísima y obediente y madre abnegada. Ni siquiera me compraron una Barbie siendo niña, ni me han regalado nunca por Navidad o mi cumpleaños algún juguete que sugiriese que mi lugar en la vida estaba entre fogones y fregonas. En mi casa me han enseñado a decir que no a todo lo que pudiese resultar un menoscabo de mi dignidad ya no sólo como mujer, sino como persona. Y, a pesar de todo, de que soy una mujer joven en pleno S.XXI, sé que el machismo existe todavía, y que ha llegado vivo hasta 2013 con la connivencia de las mujeres. Con la mía incluida, a pesar de considerarme absolutamente feminista y de izquierdas.

   Seamos conscientes o no, la mayor parte de las mujeres participamos o hemos participado alguna vez en la transmisión y el mantenimiento del patriarcado y la discriminación sexual. Desde las formas más evidentes y censurables, como las madres que educan a sus hijos de modo claramente distinto al de sus hijas (cuántas niñas les han tenido que hacer la cama a sus hermanos...) o las madames que se enriquecen en el negocio de la prostitución; hasta las más sutiles y casi invisibles, como cuando se finge un orgasmo para no herir la sensibilidad masculina o cuando dejamos que una revista nos dicte "qué pasos debes seguir para conseguir ser una diosa del sexo sin parecer demasiado zorrón". 

   En este fenómeno de contribución de la mujer a la perpetuación y transmisión de las actitudes machistas, la famosa rivalidad entre mujeres tiene un papel primordial. Todas sabéis a qué me refiero. Esas frases que habéis oído mil veces del estilo "las mujeres somos unas arpías entre nosotras"o "tengo más amigos que amigas porque ellos son más nobles, las mujeres son unas envidiosas". No podemos negar que esa competencia, a veces encarnizada, existe. Para comprobarlo, basta que nos respondamos a las siguientes preguntas:

¿Cómo soléis referiros a una chica más guapa o delgada que vosotras? Zorra, puta, guarra. ¿Y a una más gorda que vosotras? Pobrecita. ¿O a una mujer que ha llegado a lo más alto en su carrera profesional? Chupapollas. Trepa. Seguro que se ha acostado con el jefe. Zorra, puta, guarra. ¿Y a una mujer que se ha emparejado con un hombre maravilloso que la quiere y se preocupa por ella? Cornuda. Quizás también zorra, puta, guarra si ese hombre es justamente el que quisierais para vosotras. Y si en concreto vosotras jamás habéis utilizado alguno de estos calificativos (permitidme que lo dude), se lo habéis escuchado utilizar a alguna (y más de una) de las mujeres que conocéis.

   Después de reconocer la existencia de la rivalidad femenina, conviene hacer un alto en el camino para entender porqué existe. Por supuesto, no creo que exista por naturaleza. No creo que las mujeres sean unas brujas envidiosas desde que nacen, y, por supuesto, no creo que todas las mujeres odien (más o menos secretamente) al resto de las mujeres. Para empezar, tengo cinco amigas. Sí, sólo cinco, pero es que soy una firme defensora de la calidad frente a la cantidad. Y precisamente lo son, con todas sus diferencias entre ellas, por tener algo en común: me quieren tal como soy y desean lo mejor para mí, al igual que yo para ellas, incondicionalmente, sin considerarme una rival o alguien con el que compararse. He tenido "amigas" que se ha comportado conmigo como si mis logros fuesen en menoscabo de los suyos, o que han criticado sistemáticamente mi aspecto y mis decisiones por no comulgar con el suyo/las suyas, y tarde o temprano han dejado de serlo. Esas mujeres actúan como si la vida fuese un cásting o concurso de belleza continuo, pero no lo hacen porque lo lleven en su ADN, sino porque se lo han inculcado. Si la mujer se preocupa exageradamente por su aspecto físico, es porque este sigue siendo, nos guste admitirlo o no, el principal factor para ponderar su valía. Y si las mujeres siguen peleándose por un hombre con el que emparejarse es porque su consideración pública sigue dependiendo en gran parte de que lo consigan.

   Si en estos momentos estáis negando con la cabeza y diciendo que estoy exagerando, y que hoy en día una mujer puede estar perfectamente gorda o soltera sin que se la juzgue por el mero hecho de estar gorda o soltera, acordaos de los cientos de revistas y programas de televisión que dedican páginas y horas a criticar el aspecto físico de las mujeres y sus relaciones de pareja (sí, esas que muchas compráis - más o menos secretamente- y con las que os encanta reíros de las demás por el mero placer de ver que a Christina Aguilera le ha engordado el culo o que a Victoria Beckham o Sienna Miller sus maridos las engañan con la niñera). Listas de las peores vestidas, fotografías en las que a una famosa se le aprecia la celulitis o alguna zona de su cuerpo sin depilar, rumores de cuernos y rupturas... Hay toda una industria montada alrededor de fomentar que las mujeres se critiquen entre ellas por motivos de apariencia o de "mal de amores". El simple hecho de que le concedamos nosotras mismas tanta importancia a que a una cantante le sobren kilos o le falte un marido, habla de que el machismo no se ha superado. Porque a pesar de que Jennifer Aniston sea multimillonaria y tenga éxito como empresaria y actriz (nos gusten o no sus películas), siempre será la pobre chica a la que Brad Pitt abandonó. Y al revés, por muchos logros y dinero que acumule Angelina Jolie, aunque hubiese ganado un Oscar con apenas 25 años, su mayor éxito siempre habrá sido casarse con Brad Pitt y ser la madre de sus hijos (biológicos o no). 

   Si una mujer tiene éxito profesional pero no éxito en el amor, tendemos a sentir lástima por ella e incluso a despreciarla. Fijaos en que a los hombres se les suele llamar "señor" independientemente de si están casados o no, y una mujer sólo es "señora" si tiene un marido que lo refrende, si no sólo es "señorita". Este simple detalle evidencia ni más ni menos que nuestro estatus todavía depende de nuestro estado civil. Por algo un hombre sin pareja de más de 35 años es "un soltero de oro que quiere disfrutar de la vida" y una mujer en las mismas circunstancias es una "solterona que no encuentra quien la quiera y a la que se le está pasando el arroz". Igual de intransigentes nos mostramos con nuestro físico y el de las demás: está gorda, está anoréxica, es un palo, es amorfa, es peluda, es calva, tiene el pelo de estropajo, está operada, viste como una zorra, viste como una monja, es hortera, no tiene gusto...

   Ni que decir tiene que esta competencia está arraigada en siglos de dominancia patriarcal, y que no pertenece a ninguna forma de ser intrínsecamente femenina. Cuando la prosperidad e incluso la supervivencia dependían exclusivamente de conseguir un buen matrimonio, no quedaba más remedio que competir por él. Hoy en día, dicha rivalidad debería haber disminuido drásticamente o haber desaparecido sin más, si realmente el machismo y la supremacía del hombre sobre la mujer también lo hubiesen hecho, pero no es así. Y esa competencia es una prueba fehaciente de ello, así como el hecho de que la industria de la moda, cosmética, etcétera, beben directamente de la fuente de la rivalidad femenina y de nuestra lucha porque los hombres nos vean guapas y poder así seducirlos. Por ello dicha rivalidad y la cosificación sexual de la mujer se siguen fomentando desde la publicidad y la cultura popular en general (series y programas de televisión, pornografía, canciones y vídeos musicales...). 

   El capitalismo ha extendido la hipercompetitividad a todos los ámbitos: el modelo educativo, el modelo laboral... Todo es un concurso de méritos constante para poder sobrevivir dentro de la ley de la oferta y la demanda. Por supuesto, los hombres deben competir también entre ellos, pero la mujer lo tiene más difícil porque se sigue considerando que las cargas familiares le pertenecen en exclusiva. Por ello, se da otro fenómeno que contribuye a la perpetuación del machismo, llevado a cabo por las mujeres: las mujeres que en un mundo machista se sirven del machismo para medrar. Estas mujeres adoptan actitudes machistas, consideran que comportarse como hombres y menospreciar al resto de mujeres como si no fuesen una de ellas les dará más facilidades a la hora de conseguir sus objetivos. Muchas de estas mujeres renuncian a la conciliación familiar y a exigir sus derechos, y son las que suelen acusar a las mujeres que sí luchan por obtener la igualdad de exageradas, histéricas e incluso "feminazis". Son esas mujeres que niegan la existencia del machismo, pero que actúan de forma mimética a un hombre para que la traten como tal, aunque justo ese hecho evidencia que realmente no existe un trato igualitario entre hombres y mujeres. Acusan a las feministas de odiar a los hombres, inventándose incluso un término para ello (el manido y absurdo "hembrismo") y ellas se comportan como si efectivamente odiasen a las mujeres.

   Y es que yo estoy convencida de que la mejor forma de feminismo es quererse a una misma y al resto de mujeres tal como son. Ante el machismo cotidiano de la actualidad, más difícil de combatir por estar encubierto y precisamente por ser negada su existencia por muchas mujeres, lo mejor que podemos hacer para resistirnos a él es ser sinceras con nosotras mismas y entre nosotras. Salir del rebaño para decir bien alto: "No, no puedo andar ni bailar con tacones, son incómodos y me machacan los pies y la columna vertebral", "No, no pienso volver a dejar mi vagina totalmente desprotegida ante candidiasis y cistitis sólo porque a los tíos les gusten los "chochitos" sin pelo, porque además un coño imberbe es un coño de niña, no de mujer, malditos pedófilos", o "No, no tengo instinto maternal y no pienso ser madre sin desearlo, porque no hay peor cosa que se le pueda hacer a un niño indefenso que convertirlo en un hijo no deseado", o "No, no puedo permitirme bolsos de Louis Vuitton ni zapatos de Manolo Blahnik y, la verdad, tengo mejores cosas para las que ahorrar", o "No, no me he corrido, porque te has dedicado a follarme pensando sólo en tu pito y te has olvidado de estimular mi deseo, puto egoísta" o "Sí, ya no tengo 25 años, por eso no pienso ponerme morros ni estirarme el cuello, porque tengo derecho a envejecer sin que se me menosprecie por ello" o "Sí, me sobran kilos, pero también me gusta comer, de hecho disfruto tanto con un buen vino y un buen secreto ibérico que esta hermosa chicha me compensa". 

   Ser feminista consiste en primera instancia en dejar de complacer a los demás, no sólo a los hombres, sino a la sociedad en general, y dejar de tomar decisiones pensando en lo que "se espera" oficialmente de nosotras. Se trata de hacer lo que una quiera, basándose en lo que una necesita o en lo que es mejor para una. Y esto no significa dejarse llevar por el egoísmo, sino tomar las riendas de tu destino. Es absurdo y muy triste ver como muchas mujeres se pasan la vida siguiendo los consejos de las revistas que se hacen llamar a sí mismas "femeninas" o "para mujeres", buscando en una especie de modo "en espera" o actitud pasiva la dieta mágica que las convierta en la modelo de lencería que no son, un "look" y un perfume que defina su personalidad y consiga hacerlas irresistibles ante cualquiera, el príncipe azul que las rescate de su vida anodina para después planificar la boda que las convierta en "princesa por un día". Todo ello en lugar de simplemente aceptarse a sí mismas, desarrollar su personalidad propia, con la que intentar conseguir los objetivos vitales y profesionales que se propongan y casarse simplemente por amor si este surge o no casarse jamás si no les da la real gana.

   En resumen, el principal mandamiento de la ley del feminismo debe ser "Ámate a ti misma sobre todas las cosas y al resto de mujeres como a ti misma". Porque nuestra falta de autoestima es la que le acaba concediendo el poder por defecto al hombre y porque no, la culpa de todo no la tiene Yoko Ono.

martes, 8 de octubre de 2013

No pienses en una gaviota

No hay duda de que los eufemismos facilitan la vida cotidiana y las relaciones humanas en muchas ocasiones. Que levante la mano el que no tiene unos cuántos ex novios o ex novias por ahí todavía esperando a que termine de pasar ese "tiempo" que os ibais a dar; o aquel al que sus padres no le dijeron más de una tarde que se iban tomar la "siesta" (que no a dormir la siesta...). Sin eufemismos como la "gestión de residuos", Los Soprano jamás hubiesen existido. Su uso moderado es tan conveniente como necesario, pero su abuso nos conduce a la madre de todos los eufemismos, es decir, a FALTAR A LA VERDAD. Vamos, a mentir como bellacos.

De todos es conocida la neolengua de eufemismos que se ha sacado el Gobierno de la manga en los últimos años cual distopía orwelliana, para disfrazar la política de capitalismo salvaje (sí, salvaje, de salvaje oeste porque aquí se dispara antes de preguntar e impera la ley del más fuerte) que están llevando a cabo con la excusa de la crisis (porque a estas alturas del juego "crisis" ya no es la palabra maldita que hay que tapar con "desaceleraciones" o "crecimientos negativos", es un eufemismo más, utilizado como coartada para borrar los logros tras décadas y décadas de lucha por los derechos del trabajador).   


En ese mundo de color azul en el que el café tiene efectos relajantes y las pegatinas contra los desahucios son armas de terrorismo, la emigración forzosa no es más que "movilidad exterior" para aprender idiomas y ampliar las miras de la juventud, facilitar el despido es solamente "flexibilizar" el mercado laboral y cortar por lo sano los servicios públicos no son más que "reformas estructurales". La "austeridad" es la llave que abre las puertas de la privatización de educación y sanidad, así como los recortes de derechos y prestaciones sociales. Todo esto presentado como una obligación ante la cual no hay alternativa debido a la situación económica, con expresiones como "hacer los deberes". No hay que fijarse mucho para percatarse de que el Gobierno del PP ha adoptado la estrategia del maltratador: hacer ver a la víctima que no le queda más remedio que pegarle ("me duele más a mí que a ti") y, sobre todo, hacerle creer que es por su culpa ("hemos vivido por encima de nuestras posibilidades"). Y si no os creéis que estáis sufriendo un síndrome similar al de Estocolmo o al de una mujer maltratada, preguntaos cuántas veces os habéis dicho a vosotros mismos aquello de "soy un privilegiado porque tengo trabajo" o mi favorita (eufemismo de más odiada) "no nos podemos quejar con la que está cayendo". Nos han secuestrado y convertido en la "mayoría silenciosa" que otorga porque calla.


No penséis que se trata de una mera dulcificación para presentar medidas políticas impopulares. Esto es mucho más que simple vaselina para metérnosla doblada sin dolor. Está claro que todas estas expresiones responden a una estrategia premeditada, tanto comunicativa como política. Y es que el lenguaje no es más que la expresión del pensamiento, y manipular las palabras y su significado es la forma más eficaz de cambiar el pensamiento dominante. No hace falta buscar en literatura de ciencia fícción como 1984. En su cortito pero lúcido libro "No pienses en un elefante" el lingüista norteamericano George Lakoff explicaba como el partido republicano (conservador, cuyo emblema es un elefante, de ahí el título del libro) se apropió del marco político y moral de referencia a través de la apropiación del lenguaje. De este modo, instauró conceptos como PROVIDA para referirse a su lucha anti abortista (como si estar a favor del derecho de la mujer a decidir fuese sinónimo de muerte, pues lo contrario de provida es ANTIVIDA), GUERRA CONTRA EL TERROR para englobar todas las invasiones imperialistas americanas; o definieron la idea de FAMILIA y MATRIMONIO únicamente como la unión entre un hombre y una mujer para tener hijos juntos. De este modo, si el republicano es el partido a favor de la familia y en contra del terror, ¿qué será el partido demócrata sino el partido que está en contra de la familia y favor de los terroristas? Lakoff establecía que para que los demócratas pudiesen recuperar el espacio perdido, debían recuperar el lenguaje, crear su propio marco referencial de significados y revertir el bombardeo comunicativo (y no sólo comunicativo) que los republicanos habían llevado a cabo durante décadas. Es decir, dejar de pensar en los términos del elefante.


(Este libro se escribió antes de la victoria de Obama, y casi podría decirse que los expertos de la campaña electoral demócrata siguieron sus enseñanzas a pues juntillas, al renovar el concepto de familia equiparándolo al de la nación norteamericana y, por lo tanto, elevando a fraternidad las relaciones ciudadanas, y, de este modo, convirtiendo al propio Obama en el padre protector de esa gran familia. Padre que por cierto también utiliza eufemismos como "ataques quirúrgicos" o "intervenciones humanitarias" siempre que le convienen, para acabar haciendo lo mismo que sus contrincantes: bombardear).


Algo similar está pasando en España con el PP. Tanto es así, que la manipulación lingüística no se limita al ámbito socioeconómico. Más allá de los famosos "hilillosh de plastilina", los integrantes del Partido Popular se han acostumbrado a tapar con eufemismos y circunloquios sus negligencias e incluso su corrupción, con el NO ME CONSTA, los SOBRESUELDOS y la INDEMNIZACIÓN EN DIFERIDO a la cabeza. Es más, han llegando al nivel de utilizarlos para esconder la apología del fascismo y la violencia. Los actos de exaltación del fascismo, los ataques de grupos neonazis, los puños levantados cara el sol de alcaldes del PP o de miembros de Nuevas Generaciones no son más que "chiquilladas" o "incidentes aislados" según la versión oficial, y las banderas franquistas son ni más ni menos que banderas "preconstitucionales". No es inocente este calificativo, que equipara así a la bandera republicana (perteneciente a un sistema democrático y legal) con la del "aguilucho" (insignia de una dictadura genocida impuesta por golpistas sanguinarios), por ser ambas anteriores a la Constitución de 1978. ¿Cuáles podrían ser los "daños colaterales" de institucionalizar estos eufemismos? Pensad en ello, porque da miedo. Sólo tenéis que acordaros de que hace poco más de medio siglo en un lugar no muy lejano a los campos de exterminio se les llamaba CAMPOS DE TRABAJO y al genocidio de millones de personas se le dio el alegre y positivo nombre de SOLUCIÓN FINAL. 


Lo peor es que la mayoría de dichas expresiones han calado en nuestro lenguaje diario y en las redacciones de los medios, que con su afán de encontrar sinónimos para no repetirse adoptan el que sea de forma acrítica (cuando no de forma intencionada). Llamar a las cosas por su nombre es esencial para conocer la realidad y poder cambiarla. Es la forma básica de disidencia en un país en el que nos han robado hasta las palabras, que es lo mismo que decir que nos han robado nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos. No lo olvidéis, no penséis en una gaviota. 


domingo, 29 de septiembre de 2013

La espiral del honor perdido

   Heinrich Böll ya nos advirtió en 1974 desde su novela El honor perdido de Katharina Blum hasta qué punto podía ser peligroso el sensacionalismo periodístico para la vida de cualquier persona corriente. Una mañana te levantas y sales de casa y puedes volver convertido en estadística, gran titular en letras de molde, portada acusatoria, hazmerreír, héroe, víctima o villano, o leyenda urbana global. El sueño de la razón en el siglo de la "high tech" produce monstruos, o más bien esperpentos, como Belén Esteban y otros personajes del circo mediático cotidiano. No vivimos en la sociedad del conocimiento, sino en la sociedad del honor perdido (sea robado o cedido previo pago). Hoy atendemos embobados a toda Katharina Blum postmoderna y compulsiva que ofrezca su carne y su vida privada al mejor postor.
   
   Porque, eso sí, mientras que la heroína creada por el escritor (y Premio Nobel) alemán era una víctima indefensa y arrastrada a la fuerza al epicentro del mercadeo mediático, muchas y muchos de sus replicantes actuales de carne y hueso hacen lo que haga falta por conquistar su minuto de gloria warholiano. De mediocres con afán de protagonismo y sobre todo de dinero (la necesidad agudiza el ingenio y la telegenia) están los platós, las revistas y ahora la red, llenos.

   Pero sobre lo que yo me pregunto es por la responsabilidad del periodismo actual en el pérdida del honor de los protagonistas de sus titulares. En el libro estaba claro. Testigo del affaire que una joven anónima mantiene con un hombre que resulta ser un prófugo, un periodista sin escrúpulos difama a la mujer hasta dinamitar su reputación. El honor de K. Blum muere a manos de los redactores que aporreaban su vida en las máquinas de escribir de los periódicos. Después de hacer de su vida un infierno, el paparazzi morirá también a manos de su víctima mediática, incapaz de reconstruir una intimidad ultrajada y sobreexpuesta. Así de actual resulta este relato contado en los años setenta, que nos permite hablar de hoy a través de una historia del ayer.

   Y los trabajadores de los medios asisten al espectáculo, unos avergonzados y en silencio porque no les queda más remedio (no hace falta que nos extendamos ahora hablando de sueldos irrisorios, jornadas interminables, falta de recursos para completar las informaciones o plazos de publicación imposibles), otros como comparsa o palmeros, otros justificándolo, y los peores, cobrando más que controladores aéreos, tesoreros de partidos políticos o asesores de alcaldesas que no saben hablar inglés por chillar en un gallinero. 


   No hace falta irse a la todopoderosa y millonaria Oprah Winfrey para encontrar ejemplos representativos de ello. Si saliesen a la luz los emolumentos de la mayoría de presentadores, tertulianos y colaboradores de los magacines contenedores (o mejor vertedero, por aquello de la acumulación infinita de basura) que saborean la carroña como si fuese "chateaubriand" de buey, véase el de la santurrona Ana Rosa Quintana (ella jamás caería tan bajo como los del Sálvame, ¡oh, wait!... ¿quién descubrió el filón de Belén Esteban?), quizá empezaríamos a entender porqué a las cadenas no "les queda más remedio con la que está cayendo" que hacer ERES cada dos por tres y pagar sueldos indignos a redactores, cámaras, reporteros y otros trabajadores sobre explotados. Claro, se lo gastan todo en lo que nos encanta llamar estrellas de la televisión.


   No sé si alguna vez os habéis preguntado qué pasa con esas personas normales que, por circunstancias del destino, se ven inmersas en alguna situación comprometida que las convierte en el blanco de todas las informaciones periodísticas; una vez dejan de ser de interés para encabezar portadas y titulares. Y no me refiero precisamente a las ya mencionadas que frecuentan, voluntariamente o no, las revistas del corazón, aunque el ejemplo también es válido. El periodismo puede destruir la vida de una persona, sí. Por lo menos, habrá que pararse un segundo para ponerse en la piel del otro antes de dar el visto bueno a un artículo, porque una vez publicado, y por mucho que se rectifique (si se rectifica, porque es asombroso el poco uso que se hace en los medios españoles de este estupendo instrumento de higiene profesional) el daño ya está hecho. Si en un titular te tachan de asesino, violador o ladrón, te conviertes en ello sea cierto o no. Haced la prueba e intentad recordad quién mató a Rocío Wanninkhof.


   Quizá muchos todavía penséis que fue Dolores Vázquez, condenada por asesinato tanto por sentencia judicial como por la sentencia del juicio mediático paralelo que se montó alrededor del caso. Pero a pesar de todo lo que se dio por hecho (no señores, las hipótesis y especulaciones, por muy verosímiles que puedan parecer, no son sinómino de hecho) fue finalmente absuelta y en su lugar se declaró culpable a Tony Alexander King, que recordaréis también como el culpable de otro famoso asesinato, el de Sonia Carabantes. No trato de esclarecer quién cometió un crimen (no soy investigadora de la policía, ni fiscal, ni jueza, cosa que muchos periodistas parecen no tener clara), sólo de hacer ver que cuando a uno lo relacionan con un delito de tal magnitud, su identidad queda para siempre marcada por ello. Dolores Vázquez será para siempre ante la opinión pública general la bruja lesbiana que pudo haber matado a una chica inocente por el simple hecho de ser la hija de su pareja, según el retrato que se pintó en los medios, sobre todo en ciertos programas televisivos.


   No hace falta que nos remontemos en el tiempo (ni que nos vayamos a los magacines más amarillos) para encontrar ejemplos en los que se eleva a la categoría de noticia o hecho consumado una hipótesis, indicio o simple especulación. Todos estamos pensando ahora en el caso que ocupa estos días las páginas de sucesos de la prensa: el asesinato de la niña compostelana Asunta, ocurrido hace poco más de una semana, y del que su madre es a día de hoy la principal sospechosa. Esta misma mañana, se podían leer en las portadas de algunos periódicos titulares de este tipo: 


<Los padres de Asunta se confabularon para matarla> - ABC

<Asunta sobre su madre: "Sé que me engaña"> - LA RAZÓN
<Asunta pudo ser drogada el día de su muerte en una comida en casa de su padre> - LA VOZ DE GALICIA
   
   En el primer ejemplo se da por hecho que hubo un asesinato premeditado llevado a cabo por dos personas, cuando todavía no está claro a día de hoy cuál ha sido el papel de cada una de ellas en la muerte de la niña (ya no hablo de una sentencia en firme, sino de los cargos definitivos que le serán imputados a cada uno antes de que se celebre un juicio). 

   En el segundo ejemplo se entrecomilla directamente la frase de una fuente (la víctima) a la que jamás se pudo entrevistar porque precisamente está muerta. A menos que el titular haya sido redactado por Ann Germain u otro gurú capaz de comunicarse con los difuntos, esta forma de redactar un titular que además va en portada, no tiene sentido, ni ético ni de ningún tipo. Vayamos al texto de la noticia para saber a qué se refiere el titular (no encontraremos la referencia hasta nada menos que el sexto párrafo):

   "Según la directora y una de las profesoras de la escuela de música a la que asistía Asunta, el pasado mes de julio, la niña llegó a clase con la boca pastosa, los párpados caídos, con una enorme dificultad de movimientos. Llegó a confesarles que su madre le daba pastillas. «Sé que me engaña», les confesó. Ahora ambas se culpan, injustamente, de no haber presionado más a la niña para que hablara, para que les contara qué había ocurrido."

   Creo que queda claro que si algo había que entrecomillar, es la declaración de una de las profesoras, la que fuese que haya contado ese hecho. Algo así: <Una profesora de Asunta: "La niña nos confesó que su madre la engañaba para suministrarle pastillas">. 
   

   El tercer ejemplo lo he escogido simplemente porque algo que "pudo ser" no es lo mismo que algo que fue con certeza, y por lo tanto, no me parece digno de abrir la portada de un periódico. Aunque pueda parecer sólo una cuestión de estilo de redacción, sabemos que la forma de escribir afecta al fondo de lo que se escribe. Por eso existe ese documento engorroso que todos los periódicos deben tener, el Libro de Estilo.
   

   Lo que está en juego no es sólo el derecho a la presunción de inocencia de dichas personas (hay que tener en cuenta que la investigación avanza y cada vez son más las pruebas que las incriminan según las informaciones aportadas por la policía, y las decisiones del juez del caso apuntan también en esa dirección, ya que supongo que no se ordena prisión preventiva si no es por una buena razón), sino la credibilidad de los medios y de la labor periodística en general. Cada vez que se publica un dato antes de que sea confirmado oficialmente o que resulta ser erróneo o inexacto, se menoscaba todo el valor de esta profesión, cuya misión es aportar información veraz ante todo. Por muy ínfimo que sea ese dato. 

   Cualquiera ha podido leer esta semana en la prensa u oído en la radio o la TV que Asunta era la principal beneficiaria de la herencia de sus abuelos, cuando el único testamento del que se tiene conocimiento hasta el momento es uno redactado en 1975, muchos años antes de que la niña naciese. Todavía no se ha esclarecido si dicho testamento sufrió alguna modificación, aunque se ha sabido que la víctima recibió algunas donaciones en vida por parte de sus abuelos (lo que no es lo mismo, ni parecido, que ser su heredera universal, tal como se publicó en casi todos los medios). Este fallo puede parecer una tontería en medio de un crimen así, pero es clave para que el lector o espectador establezca si puede confiar o no en lo que le cuentan los medios y los profesionales de los mismos. 


   Parece mentira que en 2013 prevalezca todavía la lucha para ser el primero en publicar algo, y no por ser el que lo ha publicado con más calidad. Además, el valor de la dignidad humana va más allá de la obligación profesional de citar fuentes, poner comillas o anteponer el manido adjetivo "presunto/a". Se trata de una obligación intelectual, no una mera cuestión técnica. Cuando no se informa con el rigor debido, no son sólo las personas afectadas por la noticia las que pueden perder el honor. El honor que se destroza inmediatamente es el del periodismo en sí mismo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Abajo la dictadura del "me gusta"


   
Sí, voy a ser osada. Voy a abrir un blog cuyo título empieza por la temible palabra NO. En negro, sobre fondo blanco y en letras bien grandes. Voy a incumplir el gran mandamiento que contiene al resto de mandamientos de la ley de los social media: SER "POSITIVO".

   Sí, este blog es mi pequeño acto de subversión ante la dictadura de la eterna actitud positiva en las redes sociales. ¿Cuántas veces os han dicho que para tener éxito en Twitter o a la hora de gestionar un blog el secreto está en escribir mensajes positivos y evitar las críticas en la medida de lo posible? Si quieres conseguir y mantener a tus seguidores, más te vale ahorrarte todos los pensamientos que no comulguen con los suyos, pues ello podría acarrearte el temido unfollow (que te dejen de seguir, en inglés "tuiteriano", cuya acumulación de términos está aproximando su riqueza a ilustres idiomas "frikis" como el klingon). O lo que es peor, que te cataloguen como troll (en Twitter, todo el que disiente es calificado automáticamente de troll o hater - odiador-, sobre todo si lo hace de algo publicado por una tuitstar - usuario que es una celebridad dentro y a veces fuera de Twitter, que se caracteriza simplemente por tener muchíiiiiiiiiiiiisimos más followers que tú). Si no coincides con algo que se ha escrito, es porque eres una persona con prejuicios que disfruta odiando y llevando la contraria. A nadie se le ocurre pensar que eso que se está tachando de prejuicios puede ser criterio propio, o lo que se está tomando como un ataque personal puede ser un simple desacuerdo.

   Vamos, que Twitter se ha convertido en una transcripción exacta del mundo laboral en el virtual. Para medrar hay que elogiar, hacer la pelota o lamer culos, hablando en plata. No hay sitio para el debate de ideas, sólo para el alimento de los egos, y cuantos más adjetivos grandilocuentes utilicemos en ello, mejor. No sólo hacia otros tuiteros pringadillos como tú. Hay que apuntar alto: futbolistas y otros deportistas asiduos en Twitter, gente del cine, estrellas de la televisión, periodistas, revistas y todo tipo de publicaciones, etc. Imagínate que como quien no quiere la cosa tu tuit adulador resulta retuiteado a unos cuantos miles de tuiteros, y como resultado de esa inesperada difusión arañas un par de followers más de los que tenías. ¡Quién puede resistirse a tamaño logro social!

   Y qué decir de Facebook, donde las únicas opciones que se te ofrecen ante cualquier actualización de tus amigos es compartirla o darle al botón de "me gusta". Y cuando digo cualquier actualización, es cualquiera. No me digáis que nunca habéis visto algo del tipo: "Acaban de despedirme del trabajo - A 32 personas les gusta esto".

   Claro, puedes dejar un comentario, pero ¿quién se arriesga a llevarle la contraria a personas que muy probablemente se vaya a encontrar en la oficina o tomando una caña? Muy poca gente. Cada vez nos gusta menos discutir, debatir, confrontar puntos de vista. El que saca temas espinosos ante los amigos o los colegas, como la política, saliendo de la corriente predominante del "no me puedo quejar con la que está cayendo" o del "todos los políticos son iguales", es tachado de pesado, radical o aguafiestas. Vamos, un apestado.

   Y ni se te ocurra decirle nunca a nadie (ni conocido real ni virtual) que su grupo favorito no compone tan virtuosamente como cree o que su película preferida está sobrevalorada. Y no porque vayas a perder a un amigo o a un follower, sino porque vas a perder EL TIEMPO. Y MUCHO. Porque ojo, sobre problemas sociopolíticos nadie tiene ganas de discutir, pero sobre música, series o sobre cuál es el mejor futbolista de la historia SÍ, y pondrán toda su energía en ello. Buscarán en Wikipedia, Youtube e incluso se dignarán a entrar en alguna biblioteca o hemeroteca si es necesario para rescatar cualquier dato que apoye sus argumentos. Entonces estarás perdido, enzarzado en un intercambio de pareceres interminable que no acabará hasta que uno de los dos diga las absurdas palabras mágicas: "todo es cuestión de gustos", "para gustos los colores" o "respeto tu opinión, pero no la comparto". Y santas pascuas. Tras dos horas de conversación estéril estaréis como al principio. No vale la pena.

   Resumiendo, a falta de otro espacio mejor y más amplio (140 caracteres son muy pocos) para disentir de lo que no me parece bien, he decidido crear el mío propio. Porque no, no todo es cuestión de gustos (existe el mal gusto y, sobre todo, los disgustos que este nos da), porque hay ciertas cosas ante las que callar es sinónimo de otorgar e incluso tomar parte en ellas y, porque precisamente con la que está cayendo no sólo podemos quejarnos, sino que debemos hacerlo, he venido a decir que NO, GRACIAS (ser educado no cuesta nada y tampoco se trata de ofender ni de faltar al respeto a nadie), en medio de tanto sí, tanto conformismo, retuit y complacencia. Un NO ME GUSTA bien grande y en negro sobre fondo blanco.

   Y, por supuesto, vuestras críticas y vuestros NO ME GUSTA también serán bienvenidos.