domingo, 27 de septiembre de 2015

Personas

Hace algo más de diez meses que soy madre. Hace casi 29 años que soy persona. Y hace unos días que estoy afectada por el artículo Hijos que Purificació Mascarell publicó en www.elestadomental.com. No soy la única, pues, que yo sepa, ha recibido ya tres réplicas, a cada cuál más maravillosa. Felicidades, Bárbara, Sergio y Jenn. Me encanta leer textos sobre la experiencia maternal/paternal (sea biológica o no) tan naturales, tan "de verdad" y "desde dentro", sin intentar venderlo ni pontificar sobre ello, simplemente describiendo qué ocurre, qué se siente, cómo se maneja y se vive. Gracias, porque hace falta.

Todos estos artículos tratan sobre la dicotomía entre tener hijos o no, sobre las diferencias entre ser madre/padre o no serlo, y, sin embargo, creo que esta cuestión es la menos relevante de la conversación mantenida entre los dintintos escritos. Intentaré explicarlo.

Mi primera reacción ante lo expuesto por Purificació fue la estupefacción. Sí, me dejó estupefacta que alguien pudiese escribir algo tan drástico y arbitrario como esto (y que no fuese en un diario de uso privado): 

"Creo que, actualmente, la gente que tiene hijos se atonta y se amuerma, se vuelve prosaica y gris, envilece su mente y estanca su intelecto"

O algo tan aventurado y poco fundamentado como esto:

"La mayoría de la gente tiene hijos porque llega un punto en que te haces adulto y la vida pasa a ser bastante aburrida —con respecto a cuando eras más joven, o con respecto a la manera en que la habías proyectado—, y hay que llenarla con algo que absorba y no te deje sentir la velocidad del tiempo que corre hacia la muerte."

O algo tan injusto y mezquino como esto:

"Lo cierto es que pocas veces me interesan los comentarios de las mujeres que tienen bebés. Me interesarían si escuchara “ayer se despertó de la siesta y me miró a los ojos y parecía que entendía mi tristeza”, “voy a empezar a leerle poesía de Bécquer por las noches, quiero que aprenda palabras nuevas: pensil, fulgor, madreselva, cadencia, celosía…” o “¿crees que seremos amigos?, ¿crees que algún día me secará la baba con un pañuelo como ahora se la seco a él?”. El jamón o la lactancia me inducen a la desconexión mental, no puedo evitarlo."

Después de releer un par de veces el artículo pasé de la sorpresa al enfado. Sentí la tentación de ridiculizar el estilo de vida que describe Purificació, de cuestionar la importancia de congresos, tesis, zapatillas chulas, clases de pilates e incluso del teatro clásico (con lo que me gusta); de burlarme del hecho de que esté convencida de que ninguna pareja es tan feliz como lo son ella y su novio (cuando esa burbuja de felicidad que creemos incomparable es una de las mejores cosas que le pueden pasar a uno, lo digo por experiencia); de dar por hecho que es una persona materialista y vacía porque cuando quiere poner ejemplos de "cosas guapas" lo primero que se le ocurre es "un ático de lujo" o "un viaje de Moscú a Pekín durante dos meses a todo tren". En definitiva, estuve muy tentada de cometer el mismo error que ella: escribir por encima del hombro, desde la soberbia.

Lo siguiente que sentí fue la necesidad de dar explicaciones. De contar que desde que nació mi hija, Manuela, siento más ganas de cambiar el mundo que nunca; que quiero esforzarme por ser un ejemplo a seguir, que quiero que se enamore de los libros viéndome leer, como yo lo hice al ver a mi madre; que me siento más feminista, más comunista y más luchadora porque más que para mí quiero una sociedad más justa para ella; y que tengo más miedo de morir que antes porque no quiero abandonarla, y más miedo de no estar a la altura que antes porque lo último que quiero en esta vida es encontrar decepción en su mirada. Que precisamente estoy más lejos que nunca de acomodarme, de aburguesarme, de adocenarme o conformarme. Manuela es un aliciente, no un obstáculo. Es un camino, no una meta. En definitiva, que la vorágine de pañales y comida triturada no me impide ver el bosque.

Educar a Manuela e intentar mejorar un poquito el mundo (ciudad/ barrio/ calle) en la que va a vivir es la tarea más difícil e importante que llevaré a cabo en toda mi vida. La más ingrata y gratificante a la vez, lo sé. Y con ello no quiero decir que las tareas que tú llevas o vayas a llevar a cabo sean menos complicadas o valiosas. Simplemente muy distintas. Nada de lo que he hecho hasta ahora se parece ni un poquito a tener toda la responsabilidad sobre el desarrollo vital de otra persona. Ni mejores ni peores, pero sí incomparables.

Y casi creo que incluso puede ser que vivamos en planetas diferentes. Cuando hablas de esa arrolladora presión social que supuestamente nos arrastra a todos a procrear pienso en las jornadas laborales interminables, en las exiguas bajas maternales, en las contadas guarderías públicas, en los elevados precios de todo lo que sea que le quieras comprar a un bebé, en la creciente pobreza infantil, en la absoluta falta de coincidencia del curso escolar con el calendario laboral, los salarios irrisorios cuando existen... y no sé si reír o llorar. Me acuerdo de que me despidieron por quedarme embarazada, de que en las entrevistas de trabajo te preguntan con aire circunspecto si "tienes pensado tener hijos", de que la conciliación familiar es mi animal mitológico favorito. No, en esta sociedad que encumbra la productividad y la rentabilidad, cada vez hay menos sitio para la maternidad/paternidad. En general, para querer y cuidar y ser querido y cuidado.

Si te soy sincera, no siento que mi hija sea la que más me robe el tiempo para leer, cultivarme o simplemente para estar tirada en el sofá. El tiempo que pierdo en trabajar y consumir para que la rueda de la economía siga girando es lo que realmente envilece mi mente y estanca mi intelecto. Lo que de verdad me agota tanto que adormece mi pensamiento crítico. Si trabajásemos menos horas y en mejores condiciones quizá la decisión entre tener hijos o no no sería tan crucial. Seguramente habría que renunciar a mucho menos. No se puede negar, ciñéndonos estrictamente a términos cuantitativos, que la mayoría de los padres y madres están obligados a pasar más horas en sus puestos de trabajo que con sus hijos e hijas. Y, sin embargo, pocas veces oigo demonizar el sacrificado y absorbente trabajo asalariado como oigo hacerlo con el sacrificado y absorbente trabajo de tener prole.  

Claro que existe gente tonta que te preguntará si no vas a tener hijos si todavía no los tienes pasados los 30. Al igual que existe gente que te preguntará si estás entregando muchos currículums si no tienes trabajo o que te dirá que deberías pisar el freno si trabajas demasiado; si estás buscando pareja estable si no tienes pareja, o si no sientes que has caído en la rutina si llevas muchos años con la misma; o simplemente si de verdad no te vas a comer el resto del bocata que has dejado en el plato o si de verdad te vas a quedar en casa este fin de semana. Gente que si te ve fumar a cierta edad te dirá si no has pensado en dejarlo, que te insinuará que deberías cuidarte más si te sobran algunos kilos o que deberías comer más si estás demasiado delgada. Hay gente a la que le gusta meterse en la vida de otra gente. Para ese tipo de gente supondrá el mismo problema que no tengas hijos como que tengas tres. Siempre encuentran la forma de criticar tu estilo de vida. De decirte que lo que debes hacer es lo contrario a lo que estás haciendo. Eso lo sufrimos todos. 

Pero si realmente te sientes presionada para cambiar tu modo de vivir por el hecho de que la mayoría de las chicas de tu antigua "pandi" tengan ya bebés, quizá el problema esté más dentro de ti que fuera. Cuando me casé a los 26 años me dio exactamente igual que a la mayoría de mis amigas no se les hubiese ni siquiera pasado por la cabeza la idea del matrimonio. Ahora que falta poquito para que mi hija cumpla un año no me siento agobiada porque mis amigas sin hijos puedan trasnochar o viajar por todo el mundo haciendo autostop si se les antoja. Lo que ejerce verdadera presión sobre uno es la realidad, no los eventuales comentarios de fulanito o menganita, y la realidad es muy cruda, y casi antagónica al hecho de tener hijos y disfrutar de tenerlos.    

Tras la sorpresa, el enfado y la lastimera necesidad de tener que justificar que en mi cerebro de madre todavía hay vida inteligente, ahora me encuentro en otra fase, la tristeza. Sí, estoy triste porque parece que para sentirnos felices y satisfechos con las decisiones vitales que tomamos, necesitamos que los demás se sientan infelices e insatisfechos con las suyas. Tu vida desordenada y aventurera de no madre solo brilla comparada con el gris plomizo de una maternidad impuesta, no deseada realmente, que corta las alas del pensamiento y priva de las cosas buenas de la vida. Y también pasa al revés, la vida agotadora y con intimidad reducida de muchas madres parece que solo es aceptable comparada con el egoísmo y la vacuidad de una vida que no ha creado ni cuidado otra.  Me rompe el corazón que sea necesario a estas alturas decir algo tan de perogrullo como "vive y deja vivir". 

Pero sí, hay gente que para reafirmarse necesita negarte a ti. Y así en cada opción vital existen bandos enfrentados (y no sólo para organizar partidos de fútbol): lactancia materna contra artificial, solteros contra casados, promiscuos contra monógamos, "conhijos" contra "sinhijos", jóvenes contra viejos, hasta vegetarianos contra carnívoros. Invertimos una cantidad de energía inusitada en convencer a los demás de que han escogido el camino equivocado y lo que es más penoso, en autoconvencernos de que nosotros hemos escogido el correcto. Nos sentimos atacados cuando otra persona decide vivir de forma distinta a la nuestra. Por eso al inicio de este texto he creído necesario recordarle a Purificació y a todos los que por casualidad me estén leyendo que antes que madre (y que el resto de cosas que soy), soy persona, igual que ella, desde que nací. Porque quiero creer (ingenua yo) que para ser capaz de decir ciertas cosas de los demás es necesario olvidarse momentáneamente de que todos somos personas. 

10 comentarios:

  1. Ha sido un soplo de aire fresco leerte. Aportar, no ya sentido común, sino directamente lucidez a esta especie de batalla tan aburrida. No te conozco y juzgarte por un texto es, aparte de inevitable porque lo hacemos siempre, algo atrevido pero me da la sensación de que Manuela ha tenido mucha "suerte" de tener una madre como tú. Alguien que entre otras muchas cosas entiende que como madre no podrá "alimentar" de forma adecuada a su niña si olvida que también es persona y que a la vez debe "nutrirse" ella.
    Gracias. Un placer.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Intentar compatibilizar la faceta de madre/padre con la de persona, es otro tema que da para mucho ;). Gracias a ti.

      Eliminar
  2. Gracias, porque contestaciones al artículo de Purificación, hay unas cuantas, pero ninguna me ha gustado como la tuya. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. Yo sólo sé una cosa: que cuando mi hija y yo nos abrazamos por la noche soy feliz. Y ya se puede estar derrumbando el mundo a mi alrededor, que yo me siento invencible.

    ResponderEliminar
  4. Buenisima contestacion. Creo que el articulo de Mascarell, buscaba provocar mas que otra cosa (el debate sobre estilos de vida), pero esta contestacion es antologica, bravo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si, yo también creo que con el artículo "Hijos" hay una intención de viralidad más allá de abrir un debate, pero mira tú por donde han conseguido las dos cosas.

      Eliminar
    2. La verdad es que esa sería una explicación más que plausible de lo llamativamente absurdas que son algunas de sus afirmaciones.

      Eliminar
  5. ¿Gris? ¿La vida se vuelve gris cuando una tiene hijos? Ésta no sabe lo que es la pintura de dedos. Ni lo que es un abrazo blandito cuando las despierto por la mañana para ir al cole.
    Gracias por el artículo.

    ResponderEliminar
  6. GRACIAS con mayúsculas. Me ha encantado leerte. Una lúcida respuesta al desafortunado texto de Purificació.

    ResponderEliminar
  7. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar