lunes, 27 de febrero de 2017

Zonas grises (aka American Bitch)

Este domingo se ha emitido el que para mí es ya el mejor capítulo de Girls, la serie de Lena Dunham para la HBO. Se llama elocuentemente "American Bitch", y en él Hannah, la protagonista de esta serie coral de mujeres jóvenes, visita en su casa a uno de sus escritores más admirados porque él la ha citado para discutir sobre un artículo que ella ha escrito sobre él, en el cual lo critica por haber usado su posición de éxito social y autoridad académica para aprovecharse sexualmente de sus alumnas universitarias. La conversación entre los dos ocupa casi todo el metraje del capítulo, y el momento que motiva este texto es cuando él insiste en que "el sexo es una zona gris" (entendiendo como "zona gris" un ámbito o una situación ambigua en el que las normas no están claras o bien definidas) y ella le responde exasperada "¡Estoy harta de zonas grises!". En ese momento yo grité por dentro lo mismo que ella: ¡A la mierda las zonas grises! Esa zona de color gris con el que se quiere pintar el tema del consentimiento en las relaciones sexuales es por la que nos cuelan la mayoría de violaciones o agresiones sexuales como "malentendidos". Es la neblina grisácea la que convierte al violador en la víctima de la falta de claridad.

"American Bitch" es el brillante tercer episodio de la sexta temporada de Girls.

En un delito en el que para ser condenado la intención es literalmente lo único que cuenta (no el resultado: UNA PERSONA VIOLADA, ni el hecho en sí mismo: VIOLAR, SÍ, VIOLAR), en el que además de tener que demostrar que el violador te ha violado tienes que demostrar que REALMENTE QUERÍA VIOLARTE; el gris favorece a los agresores porque nos hace creer que es casi imposible diferenciar el sí (blanco) del no (negro),y eso nos lleva a que la mayoría de las violaciones sean vistas como errores que se han cometido sin querer y por lo tanto, a la absolución masiva de violadores. Eso si llegan a ser denunciados, pues por culpa de ese enfermizo concepto de "la zona gris" gran parte de las mujeres que se han sentido violadas o acosadas, o no se atreven a denunciar por considerarlo inútil, o ni si quiera son capaces de dirimir si realmente han sido violadas, llegando a creerse en demasiadas ocasiones que son imaginaciones suyas o culpables de haber provocado esa situación indeseada. Por haches o por bes llegamos siempre a la misma absurda conclusión: POBRECILLO VIOLADOR, NO SABÍA QUE ME ESTABA VIOLANDO.

De ahí que me parezca tan brillante el título del capítulo- también título no oficial de una novela de Philip Roth -: American Bitch. La zorra siempre es ella, la que seduce y tiende su tela de araña en la que cae atrapado el hombre, la que calienta cruelmente para luego retirarse, la que denuncia en falso. Él es siempre el cordero. Esa "American Bitch" bien podría ser Dylan Farrow, que acusó al talentoso Woody Allen de abusar de ella cuando era niña, poniendo en peligro su brillante carrera con esos maliciosos rumores imposibles de demostrar. Así es como la zona gris le jodió la infancia y la vida a la desafortunadamente hija adoptiva de un director de cine aplaudido en todo el mundo (bueno, qué digo, fue él el cabrón que más que presuntamente se la jodió). Que la realidad no nos estropee una impecable filmografía ni el estreno anual de Woody Allen, ¿no?

A lo que iba. La zona gris es un mito. Para empezar, en el mito de la zona gris es el hombre el guardián y dueño del consentimiento femenino. Se le otorga al hombre la tarea (y por lo tanto, el poder) de decidir si la mujer desea o no desea mantener relaciones sexuales con él. Son ellos lo que deben interpretar un código que ellos mismos se han inventado. Si lleva escote o minifalda, es que quiere follar. Si te dirige la palabra, te saluda amablemente o mantiene una conversación contigo, es que quiere follar. Si establece contacto visual, quiere follar. Si acepta una cita contigo, obviamente también quiere follar. Si se ha casado contigo o tiene una relación estable contigo, por supuesto quiere (y debe) follar contigo todos los días de su vida hasta que la muerte os separe. Si te admira profesionalmente no solo quiere follar contigo, también quiere chuparte la polla en agradecimiento. Si ha salido de noche a la calle o ha bebido demasiado, quiera o no, tengo derecho a follármela. En resumen, si no huyes despavorida ante su sola presencia, lo más probable es que el hombre en cuestión interprete que deseas acostarte con él. Y todo ello es porque en el tema sexual nosotras somos entendidas como un objeto pasivo, no un sujeto con voluntad activa que toma decisiones propias. En el mito de la zona gris no hay lugar para que el consentimiento sea activo. Todo vale, sobre todo eso de "no me ha dicho expresamente que NO QUERÍA". Entonces, tampoco te ha dicho expresamente que quería, pero, que más da, estamos en una zona gris. Así es como la confusión, la ausencia de límites definidos, SIEMPRE SIEMPRE beneficia al depredador. Sin el mito de la zona gris, toda relación sexual en la que una de las dos personas no ha expresado clara e inequívocamente su consentimiento sería (ES) una violación. Qué rollo, ¿no? La ética y el respeto mutuo darían al traste con toda la industria del porno, gran parte del cine comercial, una inmensa cantidad de obras literarias consideradas obras maestras donde lo que realmente se están relatando son asquerosos abusos de poder, y con la diversión sexual eminentemente masculina de los sábados noche, entre otros pilares de la cultura patriarcal. El sexo libre (¿para quién?) es un derecho humano. No nos los jodáis con exageraciones, puritanismo y puntillosidad, PESADAS.

La actitud de la actriz que entrega el Oscar a un actor acusado de acoso sexual por compañeras ha ocupado más espacio en medios que las propias denuncias en su momento


Lo más perturbador de todo el asunto de la zona gris es el hecho de que el estereotipo del depredador sexual sea habitualmente un hombre de éxito. El capitán del equipo, el periodista socialmente comprometido, el amantísimo padre de familia, el profesor enrollado, el escritor experimentado, el director de culto, un truhán y un señor algo bohemio y soñador... En definitiva, hombres que pueden echar mano de su influencia o poder no solo para acceder a la carta al sexo femenino y abusar de su posición privilegiada, sino que además esa posición les hace impunes, también gracias al mito de la zona gris que convierte en injusta caza de brujas cualquier acusación. Sí, ellos se erigen en las auténticas brujas de Salem (como hace el protagonista de este capítulo de Girls), por encima de las mujeres quemadas. Nadie quiere ser el que tire la primera piedra, si a la que se lapida no es a una mujer adúltera, claro. Esa zona gris es la que permite que Casey Affleck gane un Oscar habiendo acosado sexualmente a compañeras de profesión, y que se señale más a la actriz Brie Larson por no aplaudir cuando ha tenido que entregarle el premio. Otra vez la zorra se come al cordero. Y mientras, lo que el lobo feroz hace en el bosque, allí se queda, en la zona gris que hay entre los árboles.

1 comentario:

  1. Pues como hombre debo reconocer que tienes toda la razón. Las relaciones sexuales se entienden aún como otra forma de explotación más, que va desde un ser con más poder hacia otro que debe someterse. Los abusos que comentas y por ejemplo también la prostitución absolutamente normalizada y consentida así lo demuestran. Esa explotación desde la superioridad de poder que posee el típico machito alfa significa la posibilidad de satisfacer sus deseos, quedar además bien visto socialmente y, añado también, le permite superar el miedo que los hombres tenemos a veces (o algunos siempre) al sexo de igual a igual con una mujer. Me temo que sin una transformación total de la sociedad esto no tiene remedio.

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