miércoles, 21 de marzo de 2018

Nuevas inclusiones


"En este escondrijo cambian las muchachas sus vestidos de calle por los uniformes de labor. En estos clavos cuelgan las empleadas cada mañana su personalidad para recogerla cinco horas después.”

“Las muchachas de hoy conocemos muy bien a M.F. M.F. nos cede el asiento en el Metro y nos tiende el sueldo desde la altura de su caja cada mes y nos mira oblicuamente al escote cada vez que nos dicta una carta”.

Estas dos citas literarias están entre mis preferidas de todas las que subrayé (y fueron muchas, lo admito) en la novela “Tea Rooms. Mujeres obreras” de la escritora Luisa Carnés. Son mis favoritas porque en dos pinceladas consiguen retratar toda la deshumanización y cosificación sexual que sufren las mujeres trabajadoras durante su jornada, que además de producir deben agradar y “hacer bonito”. Les va en la nómina. Esta novela de 1934, publicada en la Segunda República, está escrita con un lenguaje y estilo inusitadamente modernos, casi cinematográfico, por la importancia de los diálogos y la coralidad de los personajes, adelantándose dos décadas a “La Colmena” (chúpate esa, Camilo José Cela). Además de en el forma, esta novela también destaca para la época en su contenido, que se centra tanto en los conflictos laborales como en las inquietudes y aspiraciones personales de un grupo de mujeres de diferentes edades, extracto social y situación familiar, cuyo punto en común es que trabajan todas en el mismo salón de té, siendo capaz de trazar un retrato perfecto del nuevo papel social de la mujer con su reciente incorporación al trabajo asalariado, y de todas las contradicciones y convulsiones que trajo a sus vidas la incipiente fusión de capitalismo y patriarcado. La brecha salarial, el acoso sexual, el aborto, la resistencia al matrimonio, la doble jornada laboral y doméstica, la violencia de género… son cuestiones de rabiosa actualidad tras la Huelga del 8M que ya aparecen recogidas en esta brillante novela. Es evidente que se trata de una obra digna de estudio, que enseguida llama la atención entre sus contemporáneas, y sin embargo cayó en el olvido, ignorada por el mundo académico y desconocida por los grandes expertos de la literatura española.

Luisa Carnés era una escritora adelantada incluso a los escritores adelantados a su tiempo, y ni eso salvó su obra del ostracismo. No solo era mujer, también era militante comunista, no vamos a extrañarnos de que fuese aplastada por la apisonadora de 40 años de dictadura franquista, como tantos otros autores y autoras, como ocurrió con Las Sin Sombrero. Sin embargo, la democracia no parece haber podido con el arraigado machismo del estudio de la producción literaria patria, a juzgar por los compendios bibliográficos de los currículos escolares (¿cuándo caerán autoras en Selectividad?) o por el mero hecho de que una novela tan importante como la de Luisa Carnés haya tenido que ser redescubierta hace apenas año y medio por una pequeña editorial (¡nunca terminaremos de agradecérselo a Hoja de Lata!).  

“Tea Rooms” se encuentra con dos resistencias a su inclusión como bien podría merecer en nuestro canon literario: ha sido escrita por una mujer y además es una novela social y claramente política, en ella se respira la ideología de su autora, expresada a través de los pensamientos de su personaje principal. Era inevitable que no superase la nueva inquisición (está si auténtica) del franquismo, y parece que será difícil que supere el rechazo visceral que los intelectuales e insignes literatos como Vargas Llosa o Javier Marías sienten ante todo atisbo de revisión feminista, criterio social o sensibilidad de tipo “ideológico” en el ámbito de la crítica y la producción literaria y cultural.

“El más resuelto enemigo de la literatura es el feminismo”, es la última (que no definitiva) frase lapidaria que nos ha regalado la casi tradicional columna dominical antifeminista (el domingo ya no es domingo sin que un insigne “señoro” se queje desde su tribuna en la prensa escrita de un feminismo censor y victimista). Esta vez es Vargas Llosa el que advierte desde un descarado libelo a la escritora Laura Freixas titulado “Nuevas Inquisiciones”  de las graves consecuencias de hacer caso a las reivindicaciones feministas: “Juzgar la literatura desde un punto de vista ideológico nos traería controles y censuras que acabarían con la literatura. Con este tipo de aproximación a una obra literaria, no hay novela de la literatura occidental que se libre de la incineración”. Va a ser verdad que volvemos a la Edad Media, pero más que porque las feministas hayamos rescatado las antorchas y la quema de libros, porque nos están saliendo profetas flagelándose y anunciando el Apocalipsis de debajo de las piedras. ¡Arrepentíos, histéricas!

Me niego a rebatir algo tan absurdo e irreal como que las feministas estamos exigiendo que se prohíban libros o se retiren obras de arte. No vale la pena entrar al trapo de tamaña ridiculez. Pero sí creo útil y muy necesario explicar por qué el feminismo es, al contrario de lo que el Nobel peruano cree, un buen amigo de la literatura y de todo el arte en general.

A menudo nos dicen que si los manuales de Literatura, Historia del Arte o Filosofía apenas recogen autoras es porque hay muy pocas o porque las que hay no son lo suficientemente relevantes como para ser incluidas en ellos. Desde luego, a lo largo de la historia ha habido muchísimas menos autoras que autores. Es un hecho indiscutible. Sin embargo, sí existen muchísimas más de las que se nombran (volvamos al caso de Luisa Carnés) y  la menor relevancia de sus obras está muy lejos de ser un hecho indiscutible. Es en realidad una interpretación muy discutible y me atrevo a decir además que una gran enemiga de la literatura.

LA editorial Hoja de Lata rescató la novela de la autora Luisa Carnés, olvidada entre las escritoras olvidadas de la Generación del 27


Como nos descubrió la historiadora Gerda Lerner en “La Creación del Patriarcado”, obra que debería ser “vademécum” de cualquier feminista y de cualquier persona mínimamente interesada en la Historia de la humanidad, la exclusión de las aportaciones de las mujeres del reconocimiento histórico ha sido el impedimento más importante al desarrollo tanto de una conciencia colectiva de las mujeres como de la independencia y autonomía propia que les permitiese desempeñar carreras profesionales o artísticas similares a los hombres. “La ignorancia de su propia historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantener subordinadas a las mujeres”, afirma Lerner. “Las mujeres no tenían historia, eso se les dijo y eso se creyeron, que nunca ha habido personas como ellas que hubieran hecho algo importante por sí mismas”, algo digno de ser recogido históricamente. Por una simple cuestión numérica (sí qué pesadas nos ponemos con eso de que somos LA MITAD de la población mundial, pero más pesa el empeño en tratarnos como una minoría) es inconcebible que hubiese ocurrido ningún hecho histórico en todo el mundo sin que hubiese mujeres activamente involucradas en él, pero siempre hemos sido y hoy en día seguimos siendo las grandes ausentes en los libros de Historia. Gerda Lerner da con una de las claves del mantenimiento a lo largo de tantos siglos de la posición de desventaja de las mujeres con respecto a los hombres: la hegemonía masculina en el sistema de símbolos. La carencia de referentes femeninos del pasado que hayan vivido sin protección masculina o trascendido fuera del hogar nos ha lastrado a la hora de imaginar y construir nuestras alternativas de futuro y ha contribuido a naturalizar nuestra inferioridad como agentes históricos. ¿Cómo vamos a liderar una revolución si ninguna mujer la ha liderado? Si ninguna mujer ha escrito ningún tratado o novela que pueda considerarse gran clásico universal de la filosofía o literatura, será por algo, ¿no?

La negación a las mujeres de su propia historia, y su continua exclusión de la Historia con mayúscula, ha reforzado que aceptasen la ideología del patriarcado, y ha minado su autoestima. Esto ha tenido un claro efecto en el campo de la creación artística: las mujeres creativas siguen teniendo que enfrentarse a una realidad cercenada y que atreverse a crear viéndose a sí mismas como intrusas en un mundo de hombres. De este modo, sigue siendo más difícil para nosotras decidirnos a ser escritoras, pintoras, cineastas, fotógrafas…El canon oficial de toda disciplina artística ocupado por hombres a excepción por regla general de un par de mujeres nos obliga a ser eso, EXCEPCIONALES. Debemos poseer unas capacidades extraordinarias para poder entrar en el club privado masculino que es la creación simbólica y la explicación del mundo: ciencias, artes, filosofía… en fin, todo eso que en teoría nos distingue como seres humanos del resto de seres vivos. Esto significa que el patriarcado ha funcionado como una auténtica trituradora de autoras, con el consiguiente daño para la literatura.

¿Cuántas grandes novelistas, poetas, ensayistas… nos hemos perdido y nos seguimos perdiendo por culpa de un canon literario definido a partir de los textos bíblicos, los clásicos grecorromanos y Shakespeare? Eso no parece importarle a los que se preocupan tanto por preservar la riqueza y crecimiento constante del corpus literario. Todos parecen obsesionados por el hecho (totalmente inventado) de que en 2018 sería muy difícil que ninguna editorial se atreviese a publicar Lolita (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas y parece que único faro que guía la literatura contemporánea) mientras les da absolutamente igual el torrente de libros que jamás han sido escritos por culpa de un orden social injusto.

Es evidente que no solo la construcción simbólica de una Historia sin mujeres nos ha impedido el acceso a la creación. Además de las prohibiciones y represión directa que las mujeres hemos sufrido durante siglos, nuestro rol social de madres y cuidadoras nos ha mantenido y mantiene apartadas de la empresa de crear pensamiento abstracto. Ellos han podido dedicarse a tiempo completo a elaborar hipótesis y cosmovisiones y a escribir novelas de varios tomos porque nosotras nos ocupábamos de sus necesidades físicas y emocionales y de las de su prole. Hoy, la mayoría de mujeres con inclinaciones artísticas (o de cualquier tipo fuera del trabajo doméstico y reproductivo) continuamos luchando contra un tiempo fraccionado, abocadas a la creación intermitente. Creedme, no es fácil inspirarse entre pilas de ropa sin planchar y berrinches de criaturas. “Ya no estamos en la Edad Media”, enseguida me responderán los mismos que para lo que les conviene recurren a un supuesto “revival” medieval. Cierto, ahora las mujeres somos “libres” para crear, pero seguimos lastradas por el síndrome de Cenicienta, solo podemos ir al baile si conseguimos terminar a tiempo todas aquellas tareas con las que la sociedad nos sigue sobrecargando. La realidad refuta esa supuesta libertad creativa.

Por lo tanto, el feminismo en su vertiente más reivindicativa, demandando el reparto igualitario de los cuidados, visibilizando ese trabajo reproductivo oculto y no remunerado con iniciativas como la Huelga del 8 de marzo, también se alía con la literatura. Una sociedad más igualitaria democratizará el acceso a la creación y duplicará por fuerza el número de artistas y por lo tanto de obras. Pone fin a la genialidad desperdiciada sirviendo a los genios.

Ninguna feminista ha pedido jamás que se alteren o eliminen obras, simplemente hemos decidido abordarlas y estudiarlas desde más puntos de vista que el de los valores estéticos, ahora que sabemos que dichos valores que supuestamente determinan la calidad literaria no son objetivos, porque han sido definidos exclusivamente por hombres con el privilegio de pertenecer a la “academia”, que no será otra cosa que una institución jerárquica y patriarcal mientras no se democratice de verdad tanto la creación artística como el estudio de la misma. La insistencia de Vargas Llosa de mantener separada la estética de la ideología o de cualquier valor social o ético no es nueva, y tampoco los repetidos vaticinios de la muerte de la literatura a manos de nuevas perspectivas críticas como la de género, la marxista, la decolonial o la semiótica. Uno de los críticos literarios más influyentes de nuestro tiempo, Harold Bloom, ya hablaba en los 90 exactamente en los mismos términos utilizados por Vargas Llosa, en su obra “El canon occidental”, conocida por su listado de 26 autores imprescindibles (23 hombres y 3 mujeres, cómo no) y cuya tesis podría resumirse en que la evolución de la creación literaria consiste en señores midiéndose las plumas con Shakespeare (cuya obra es para Bloom cima absoluta e irrepetible de la literatura). Este crítico y teórico literario estadounidense etiquetó como “Escuela del Resentimiento” a todas las corrientes de crítica literaria que no se limitaban a los preceptos de la calidad estética (maestría del lenguaje figurado, originalidad, exuberancia de la dicción…). Lo que Bloom identifica como común a todas esas teorías perniciosas que pretender adocenar la escritura y la libertad creadora, entre las que se encuentra la feminista, es su tendencia a utilizar criterios sociales o históricos a la hora de evaluar tanto las obras como a los autores merecedores de conformar el estándar rector de la creación literaria al que se supone que todo escritor busca parecerse. Venga, no seamos resentidas y agradezcámosle que incluyese a Jane Austen, Virginia Woolf y Emily Dickinson en su lista VIP.

Desde el momento en que quien decide qué tiene valor estético y qué no lo tiene es quien tiene el poder para hacerlo, y que a lo largo de la historia solo lo ha tenido una élite cultural formada por hombres ricos y blancos, la objetividad de esos valores no existe. La estética responde además siempre a la subjetividad, está afectada por el contexto histórico, la moral y la ideología dominante en cada época. El sesgo es inevitable, por lo tanto no solo es imposible separar la estética de la política, de la historia o de la ideología, sino que es deshonesto. Las nuevas corrientes críticas, como las que tienen en cuenta la perspectiva de género o la de clase, vienen a aportar honestidad: a reconocer que toda creación es ideológica en sí misma porque responde a una concepción específica del mundo y a señalar qué atributos de la forma y el fondo responden a dicha ideología concreta. Además, dejan al descubierto que se ha utilizado el canon y su falsa objetividad como arma de justificación de una supremacía literaria, para legitimar una posición privilegiada en el mundo literario. Si peligra el canon peligra el statu quo, de ahí el rechazo a reconsiderar y revisar sus criterios críticos y de clasificación y estudio de la literatura. Que la medida de calidad deje de ser en exclusiva esa entelequia estética que pretenden los Llosas y Marías no traerá el fin de la literatura, sino el fin de la jerarquía y la endogamia del mundo literario y artístico, confunden el fin del mundo con el fin de SU mundo, ese que creen que es de su propiedad, que les pertenece solo a ellos por derecho.

“Demasiadas abstracciones literarias que pretenden ser universales han descrito solo percepciones, experiencias y opciones masculinas y han falsificado los contextos sociales y personales en los que la literatura es producida y consumida”, nos recuerda Elaine Showalter, una de las pioneras de la crítica literaria feminista. Las obras consideradas como “clásicos” son aquellas que se elevan de la narración concreta a los grandes temas universales de la humanidad, como el Amor o la Muerte, pero esos grandes temas no han significado lo mismo para las mujeres que para los hombres, por ejemplo (sin ir más lejos el amor para nosotras ha sido un trabajo y una carga, para ellos liberación e inspiración). Nos enfrentamos de manera diferente a lo que se consideran los grandes retos vitales porque nuestra subjetividad está mediatizada por nuestras funciones sociales, que han sido divididas y repartidas por sexo, género, origen. El feminismo, el marxismo, el antirracismo… ponen en duda la existencia de algo como literatura universal, porque ha sido literatura escrita por seres humanos liberados de toda carga cuyos personajes protagonistas son mayoritariamente otros seres humanos liberados de toda carga; con tiempo, dinero, poder o autonomía suficiente para declarar guerras, sentir angustia existencial, buscar tesoros, emprender aventuras, vivir amores imposibles o “desfacer entuertos”.

Solo facilitar el acceso a la creación y mejorar la representatividad de las ficciones, no como imposición sino como consecuencia lógica de un cambio de mentalidad que supere los prejuicios patriarcales (entre otros) universalizará de verdad la literatura, que no conocerá límites y será precisamente como quiere Vargas Llosa: “genuina, subversiva, incontrolable”. Es ahora cuando es “políticamente correcta”, al seguir reproduciendo consciente o inconscientemente los automatismos de la ideología política del sistema en el que está inserta (el patriarcado en la versión 4.0 del capitalismo neoliberal). Contra las viejas dominaciones, explotaciones, discriminaciones e inquisiciones; simplemente traemos nuevas inclusiones. Empezando por recuperar a las autoras “perdidas” (más bien borradas) como Luisa Carnés. Escribimos nuestra Historia para que seamos cada vez más escribiendo historias.


3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo.

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  2. Me ha parecido una reflexión muy bien escrita, muy lúcida y muy elocuente. Como hombre, creo que nos hacen falta más voces así. Por cierto, me comentan que la editorial Renacimiento va a publicar los cuentos completos de Luisa Carnés.

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  3. Apreciada Carmen, por si alguien desea ampliar sobre tu extenso informe más aspectos de Luisa Carnés, pongo aquí enlace a los resultados del buscador de publicaciones científicas de dialnet respecto a su persona:

    https://dialnet.unirioja.es/buscar/documentos?querysDismax.DOCUMENTAL_TODO=%22Luisa+Carn%C3%A9s%22

    Fdo. @David_Senabre_L

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