viernes, 27 de abril de 2018

Condenadas

Muchas mujeres teníamos la fecha de ayer, jueves 26 de abril de 2018, marcada en el calendario. Desde hace semanas se palpaba la inquietud por la tardanza en el veredicto del caso de violación múltiple de Sanfermines, y cuando la Audiencia de Navarra anunció la fecha y hora de su lectura pública comenzamos una cuenta atrás colectiva. Hemos ido a trabajar, a clase, de cañas, a la compra toda la semana con los dedos cruzados y el corazón encogido. Todas éramos conscientes de lo mucho que estaba en juego. El valor de esta sentencia no se iba a medir en el número de años de condena, pues en ella se dirimiría mucho más que el castigo a los acusados: los límites de la libertad de las mujeres. Íbamos a conocer hasta dónde llegan. Eso es de lo que habla realmente la sentencia, de cuán libres somos. Y no ha dejado lugar a dudas: nuestra libertad llega hasta donde quieran los hombres que nos vayamos encontrando, es una cuestión de suerte. 
Nos temíamos mucho la sentencia absolutoria, y finalmente fue condenatoria, pero condenando a la autodenominada Manada a 9 años de cárcel por abuso sexual en lugar de optar por el tipo penal de agresión sexual, por considerar que no se demuestra la existencia de violencia o intimidación, nos han condenado a nosotras junto a ellos.
Al rebajar a un abuso de superioridad un modo tan extremo de violación (perpetrada por un grupo de depredadores organizado para acudir a un evento festivo multitudinario en el que poder cazar a una mujer por medio del uso de las drogas y el engaño para poder llevarla a un lugar apartado y cerrado en el que penetrarla uno tras otro de forma brutal por todos sus orificios y además grabarlo para recrearse y presumir ante sus amigos) la despenalizan en la práctica. Han subido a lo más alto el listón de la violación, y con ello nos condenan a no poder bajar la guardia. 
Artículo publicado el 27 de abril de 2019 en Kamchatka.es 


viernes, 20 de abril de 2018

Patriarcado por subrogación

Si os digo que voy a presentar una ley que garantice la “variedad con la que las personas quieren expresar su propia concepción de las relaciones familiares” apuesto a que no sólo sería muy difícil encontrar oposición a la misma, sino que seguramente conseguiría adhesiones entusiastas por parte del espectro social considerado a sí mismo “progresista”. Si hablo en general de la “evolución del modelo de familia” y de las “múltiples formas de entender la vida personal”, y lo aderezo con muchos conceptos abstractos como “libertad” (cuantas más veces repita esta palabra, mejor), “solidaridad” y “altruismo”; pocas personas serían capaces de adivinar de qué estoy hablando en concreto, pero sin duda a la mayoría les sonaría muy bien, y pensarían en cosas similares a beneficios sociales para las familias monoparentales, la agilización de adopciones y acogimientos o la legalización del matrimonio homosexual. Muchas se sorprenderían al descubrir que me estoy refiriendo a la proposición de ley registrada por Ciudadanos en el Parlamento para legalizar lo que ya nos hemos acostumbrado a llamar “gestación subrogada”, cuyo nombre honesto en la práctica sería “trata de mujeres con fines de explotación reproductiva”.
Y es que ese es el “modus operandi” del fundamentalismo de mercado disfrazado de liberalismo político, ocultar la práctica, la realidad material, tras una teoría opaca y saturada de palabras rimbombantes. Gracias al arte de birlibirloque mercantilista detrás de ideas aparentemente inocuas como “diversidad”, “progreso” o “modernidad” pueden camuflarse las mayores desigualdades y las formas de explotación más absoluta. En el caso de la “gestación subrogada”, la fórmula mágica consiste en contar historias de parejas felices que han visto su sueño largo tiempo esperado de formar una familia hecho realidad gracias a un ángel de la guarda encarnado en una mujer que disfruta dándolo todo, hasta su cuerpo entero, por “regalar vida”. “La más intensa solidaridad entre personas libres e iguales”, lo describe así Ciudadanos en la que me atrevo a decir que es la exposición de motivos más cínica de la historia parlamentaria reciente. Ni cortos ni perezosos hablan al mismo tiempo de las “distintas formas de concebir y vivir la familia” y de “garantizar la procreación, sin la cual la familia se extinguiría”. Sus familias modernas consisten en asegurar la perpetuación de los genes a través del sacrificio y el sometimiento de las mujeres a la voluntad ajena. Vamos, como ha venido ocurriendo desde el Neolítico, pero sin coito. Cambiando al Espíritu Santo por las “técnicas de reproducción asistida”, que según Ciudadanos ponen en cuestión los antiguos paradigmas de paternidad y maternidad. ¿Qué paradigma más antiguo puede haber de paternidad y maternidad que “garantizar la procreación”?
Artículo publicado el 20 de abril de 2018 en Kamchatka.es