viernes, 16 de marzo de 2018

Víctimas y combatientes

Este domingo una mujer generosa, en un acto de los más generosos que se han podido ver en un medio como la televisión destinado mayoritariamente a ser espejo narcisista, se desnudó en “prime time” delante de cientos de miles de telespectadores. No como se vio obligada a hacer durante años delante de más de una decena de hombres al día en un prostíbulo de Alicante (sí, ese tipo de hombres dispuestos a “pagar por penetrar mujeres que no les desean”, tal como ella se refiere a ellos). Amelia Tiganus acudió al programa “Salvados” para mirarnos directamente a los ojos y contarnos sin apartar la mirada que vivimos en una sociedad que fabrica y vende esclavas. Y que además fue una de ellas, aunque durante demasiado tiempo no lo supo. Esta vez sí fue un desnudo consciente y voluntario, dejar al descubierto su experiencia en nombre de todas las que no pueden hacerlo.

Todo comenzó cuando tenía 13 años, una tarde en la que al salir del colegio un grupo de hombres la abordó de camino a casa para violarla. Parecería que eso es lo peor que le puede pasar a una niña de su edad, pero lo peor estaba por llegar. Su familia la culpabilizó y su círculo social le hizo creer que algo en ella estaba mal y que por eso había acabado violada. “No vales para buena mujer”, le dijeron. Durante el resto de su adolescencia, cuatro años seguidos, siguió sufriendo violencia física y sexual por parte de hombres de su entorno. Como no tenía forma de escapar de esa espiral de abusos aceptó la solución que le propusieron, dejaría de ser violada si se dejaba violar por dinero. Ya no serían agresiones, sería su trabajo y medio de vida.

En Rumanía, su país de origen, los proxenetas que la captaron la vendieron por 300 euros a otro proxeneta español. Suena horrible, pero ella lo vivió como algo positivo. Estaba convencida de que toda la responsabilidad era de ella y que era su elección. “Creía de verdad que estaba cumpliendo mi sueño. Dentro del trauma me ilusionaba tener el control de los abusos”, rememoraba Amelia. Justamente le habían hecho creer que había nacido víctima, que era defectuosa en sí misma, y  eso no le gustaba, así que esta era su oportunidad de pasar de objeto pasivo a ser sujeto activo. A pesar de asistir a su propia compra - venta no se identificaba como víctima de esclavitud, creía de verdad que había negociado ella misma un trato que le resultaría favorable.

Nadie quiere considerarse a sí misma como una víctima. El ser humano tiende a resistirse a ello. Cuando sufrimos graves traumas nuestra mente recurre a diversos mecanismos de autoengaño, por así decirlo, para evadirse de la realidad, porque la consciencia de sabernos víctimas es demasiado dolorosa. A menudo insoportable. La ilusión de estar al mando en cierto modo o en un mundo paralelo en el que no estamos siendo dañados es cuestión de pura supervivencia. “Me siento muy orgullosa de no haberme suicidado”, dice hoy Amelia, por si queda alguna duda.

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