lunes, 5 de mayo de 2014

Comer plátanos, pinchar condones, camelar pardillas y pegar a tu mujer sin matarla

Detrás de este título ecléctico y pintoresco se encuentra nada más y nada menos que un resumen sucinto de la misoginia de la semana en España (de la última semana, porque cada semana se nos nutre altruista y prolíficamente de nuevos ejemplos).

La verdad, todo hay que decirlo, es que la semana pasada no empezó mal en cuanto a lo que concierne a la lucha contra prejuicios retrógrados y milenarios. El anterior domingo, un iluminado tuvo la gran idea de lanzar un plátano al futbolista brasileño Dani Alves cuando este se disponía a lanzar un córner durante el partido Villarreal-Barcelona, como “sutil” insinuación de que estaba ante un mono en un zoológico. Pero el jugador estuvo rápido de reflejos, y convirtió la intencionada humillación xenófoba en un acto simbólico de denuncia del absurdo racismo que campa a sus anchas en las gradas de muchos estadios de fútbol, al coger el plátano del suelo, pelarlo y comérselo. Gracias a esta ocurrencia de Alves, surgió una campaña contra la xenofobia, después de que Neymar, otro futbolista brasileño que juega en el Barça, colgase una fotografía suya con un plátano en Twitter con el hashtag #TodosSomosMacacos (Todos Somos Monos), en claro signo de apoyo a su compañero de equipo. La red se inundó de fotografías similares de celebridades y anónimos, y para mí, a pesar de que haya trascendido que la idea del lema y de la foto de Neymar fuese de una agencia publicitaria (hay que aplaudir cuando una campaña sirve para agitar conciencias además de para vender un producto) todo hubiera quedado en una anécdota con final feliz (si es que el racismo en deportes como el fútbol se puede considerar anecdótico cuando se oyen insultos peores que “mono” todos los fines de semana en los campos y muchos clubes toleran la existencia de agrupaciones de aficionados con idearios fascistas) si no fuera por la avalancha de chistes generados acerca del concepto de “comer plátanos”, que reveló una vez más la cantidad de prejuicios machistas profundamente arraigados en la ciudadanía española.

Mariló Montero, presentadora de Las Mañanas de La 1, fue uno de los personajes famosos que se comió un plátano contra el racismo. Y lo hizo en directo, ni corta ni perezosa. No seré yo quien salga a defender el de sobra conocido cutremesianismo demagógico de media mañana de esta señora a la que le gusta “toda la gente” (menos Anne Igartiburu, claro) pero no todos los animales (véanse los toros torturados en el Toro de la Vega de Tordesillas), que cree que el alma puede transmitirse con el trasplante de órganos y que confunde el Miño con el Nilo y normalmente, churras con merinas. Pero desde luego, muchos de los comentarios jocosos realizados tras su muestra de apoyo a Dani Alves, fueron tan bochornosos y dignos de ser criticados como el peor de los absurdos comentarios pontificadores de Mariló Montero.

No tardó Twitter en anegarse de perlas machistas trayendo a colación el manido símil sexual y, cómo no, deduciendo que la habilidad profesional con la que esta presentadora ha conseguido su puesto no es precisamente la periodística. Ilustraos:

Mariló Montero comiéndose un plátano? y qué? cada uno busca el éxito con las herramientas de las que dispone.

“Si Mariló Montero se come un plátano en directo, a saber lo que se come detrás de las cámaras.

“Mariló Montero se come un plátano en directo para rememorar el día que fue contratada por TVE.

“Mariló Montero se ha comido un plátano en directo porque se lo ha confundido con una polla.

“Marilo escupió el plátano antes de comérselo delante de toda España. Ya sabemos cómo llegó a donde está.

“Mariló Montero haciendo un Mariló Montero, ahora viendo la destreza comiéndose un plátano entendemos por qué sigue en su puesto de trabajo.”

“No sé de qué os sorprende el arte con el que Mariló Montero se come un plátano, ¿cómo os creéis que ha llegado hasta ahí?

“No me hace falta ver a Mariló Montero comiendo un plátano para saber cómo ha llegado a ser presentadora de TVE. Se intuía ya.

No es necesario que remarque que lo más probable es que todo hubieran sido aplausos y loas si, en lugar de una presentadora de más de cuarenta años de físico llamativo y cuya ropa interior entrevista en directo ya fue Trending Topic, el plátano se lo hubiera comido, por ejemplo, un presentador de informativos en “prime time”. Y es que lo que me molesta no es que se metan con Mariló por sus gazapos y salidas de tono, sino, en este caso, simplemente por ser mujer. Bueno no, no sólo por ser mujer, sino por ser una mujer con éxito profesional, que es lo que evidentemente molesta a los próceres del patriarcado. Y eso que Mariló se pone cada mañana el delantal para trabajar…

Pues sí, la semana empezó calentita, y entró en combustión con el nuevo anuncio de la marca de ropa (por decir algo) barcelonesa Desigual, que bajo el lema “Tú decides” y “La vida es chula”, y coincidiendo con la cercanía de la festividad del Día de la Madre, muestra a una chica probándose ante el espejo un vestido de premamá con un cojín debajo, simulando estar embarazada, previamente a sacar en pantalla un alfiler y unos condones para pincharlos, y supuestamente, conseguir que su deseo de ser madre se haga realidad.  Este despropósito de anuncio se une a los anteriores en la misma línea sexista de esta marca que paradójicamente pretende vender sus prendas a las mujeres a base de ofender su inteligencia (por si sus horribles diseños fueran poco insulto a la inteligencia de cualquiera que no sea daltónico).  Si atendemos a los últimos mensajes de Desigual, los planes de éxito vital de las mujeres pasan por cosas como pinchar condones para quedarse embarazadas o tirarse a su jefe. Exactamente igual que el éxito de Mariló, si atendemos a los comentarios de Twitter. Una mujer no puede conseguir nada sin mantener relaciones sexuales con el sexo opuesto, por lo visto. (Por cierto, la publicidad de Desigual sería perfectamente PROVIDA si no fuera por el hecho insignificante de que si empezamos a pinchar condones en masa, quizá un porcentaje importante de la población acabe muriendo de SIDA, sífilis o gonorrea, ¿no?).

Y es que parece que nos lo buscamos. Si no, que se lo pregunten a Alfonso Rojo (sí, el energúmeno que le dijo a Ada Colau que estaba demasiado gorda para defender los derechos de personas que se han quedado sin hogar), director del diario online Periodista Digital, que esta misma semana publicaba una noticia titulada "Un falso novio de postín camela a una pardilla en Barcelona y se la lleva de esclava a Rumanía" ilustrada con una fotografía de una chica amordazada digna de cualquier página web de pornografía. No es que la mujer haya sido violada, y vejada, es que se ha dejado… engañar, claro. Al igual que todas esas mujeres que en lugar de ser asesinadas por sus novios o maridos mueren a manos de sus presuntas parejas. Que vamos provocando, oiga.

Captura de la noticia de Periodista Digital, cuyo titular y fotografía fueron "corregidos" al poco rato de ser publicada


Eso nos pasa por reclamar cosas tan peregrinas como libertad de decisión y actuación o la igualdad de derechos. Hace años, cuando nuestros maridos nos mantenían a raya dentro de casa y éramos sumisas cuando nos casábamos, esto no pasaba. O así lo cree el cura de Canena, cuyo sermón durante una comunión consistió en lo que sigue: “Hace tres décadas a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba como hoy. Hoy es que la mata. O él a ella o ella a él. ¿Por qué? Porque antes había un sentido moral y hoy no lo hay. Antes había unos principios cristianos y antes había unos valores. Y antes se vivía los mandamientos y una persona tenía una formación cristiana, y aunque se emborrachara, sabía que había un quinto mandamiento que decía no matarás”. Pues eso, que no podía faltar el día santo para culminar la semana misógina. Como dice el refrán, a Dios rezando y con el mazo dando.

lunes, 17 de marzo de 2014

Amores inoperativos

La historia que cuenta Her, la última película de Spike Jonze, es peculiar. Trata sobre un hombre divorciado y con el corazón roto que se enamora de un sistema operativo. De una sucesión de bits que se traducen en una voz agradable (no como la irritante de la tía del GPS, claro). Sí, admito que dicho así, suena raro. De hecho, Her ha provocado comentarios de rechazo en más de uno. Yo misma he oído a algunas personas referirse a su premisa argumental como una chorrada, una tontería absoluta. Es que enamorarse de un sistema operativo es imposible. ¿Cómo te vas a enamorar de IOS (porque de la mierda esa de Windows 8 ni de coña...)? Y eso que los que están dispuestos a gastarse más de 600 euros en un iPhone nuevo cada dos años son legión. Pero tenéis razón, en ese caso no estamos hablando de amor. Lo que tú sientes se llama obsesión. 

A lo que voy es a que me ha llamado mucho la atención que haya tantas personas que se hayan quejado sobre la verosimilitud de Her. Y no porque considere probable, ni siquiera factible, que las personas acabemos enamorándonos de sistemas creados artificialmente. Pero es que cuando la Bella se enamoró de la Bestia o el príncipe Eric de la Sirenita Ariel nadie se quejó. La cuestión es que el 99% de las historias de amor que nos cuentan en las películas o novelas románticas son mucho más inverosímiles que Her. Las ranas no se convierten en príncipes azules ni de ningún otro color y los infieles empedernidos no van a cumplir la promesa de fidelidad eterna. Simplemente no ocurre, ni ha ocurrido nunca, y todavía se sigue creyendo que sí, que es posible.

Existen muchos amores que beben directamente de la inverosimilitud. De las falsas esperanzas. De ahí que una chica aparentemente normal crea que es una auténtica gilipollez enamorarse de un sistema operativo, pero pueda llevar años enamorada de un cabrón que la ningunea, o que la engaña, o que incluso la maltrata. O que simplemente no la quiera. Sueña con que le vaya a pedir matrimonio con un mensaje dejado por la estela de una avioneta acrobática en el cielo o introduciendo un anillo de compromiso de 10.000 dólares en una copa de champán. Igual que en las películas románticas sensatas, canónicas y creíbles, no como Her...

Porque la verdad es que a mí sí que me resulta inverosímil que haya mujeres que se enamoren de hombres egoístas, que las manipulan, las ignoran, las utilizan, las exhiben o les mienten. O de chulos ciclados de gimnasio que no han leído un libro en su vida. O que haya hombres que se enamoren de mujeres egoístas que los manipulan, los ignoran, los utilizan, los exhiben o les mienten. O de maniquíes multioperados con tetas de plástico que no han leído un libro en su vida. (En general, me parece increíble que os enamoréis de gente que no lee. O que no le gusta el cine. O que no tiene aprecio por la cultura. Pero ese es otro tema). Lo que intento deciros es que hay tropecientos miles de personas más inhumanas y artificiales que un sistema operativo. Y que hay tropecientos miles de personas que se enamoran de esas personas horribles y superficiales. ¿A que bien pensado lo de Her no es tan raro? Es incluso preferible como alternativa a ciertos/as hijos/as de puta que os están jodiendo la vida ahora mismo a algunos/as de vosotros/as.

La mitología romántica disneyana y hollywoodiense combinada con la baja autoestima convierte en posible que mucha gente se enamore de cualquier COSA. Que haya niñas dispuestas a matar o a matarse por Justin Bieber. Que yo haya ido en mi juventud a más de un concierto de los Backstreet Boys (¡¡¡más de uno!!!!). Que creáis que vuestra pareja va a cambiar. Que creáis que el ex que os dejó por whatsapp va a volver con vosotros. Que creáis que lo de follarse a vuestro mejor amigo ha sido un error del que se ha arrepentido y que no se volverá a repetir. Que se os haya pasado por la cabeza que tener un hijo puede revivir una relación muerta. Que hasta Hitler se hubiera sacado novia. Comparada con todas estas abominaciones Her está mucho más cerca del realismo que de la ciencia ficción.

Y es que muchos no estáis enamorados de una persona, sino de la idea que tenéis en vuestra cabeza de la misma. Una idea. De enamorarse de una idea a un sistema operativo, ¿cuántos pasos hay? 

P.D: Me pregunto cuántas de esas personas que se han reído del argumento de Her han alimentado a un Tamagochi.

http://cheezburger.com/8023234048


miércoles, 22 de enero de 2014

Machismo alfa en fase beta


Venimos de un "annus horribilis" para los objetivos de la lucha feminista en España. En un solo año hemos retrocedido décadas en la percepción social de la mujer y sus derechos como tal. 2013 empezó arrastrando importantes reducciones en las partidas presupuestarias destinadas a la persecución de la violencia machista (a finales de 2012 habían disminuido un 28% desde 2010), y la puesta en marcha de las tasas judiciales, que sumadas a la crisis económica dificultan aún más el inicio de cualquier acción legal por parte de la mujer (reclamaciones en el divorcio, denuncias por acoso o cualquier tipo de discriminación, etc.). La mala prensa de la Ley de Tasas Judiciales, que hubo que revisar, no detuvo el afán "reformador" del Ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, que presentó un proyecto de reforma absolutamente reaccionaria del Código Penal (aprobado el pasado septiembre en Consejo de Ministros), que si finalmente entra en vigor, tendrá también graves consecuencias para las mujeres. Sobre todo, porque introduce cambios que van en detrimento de la Ley de Protección Contra la Violencia de Género aprobada en 2004, como el hecho de que directamente se elimine el concepto de violencia de género, de que agredir a la mujer delante de los hijos deje de ser considerado un agravante, o de que se contemplen como atenuantes el consumo de alcohol y drogas o el ir a entregarse a la Guardia Civil tras cometer el delito, u otros oprobios como que las lesiones pasen a ser ¡"faltas leves de ámbito privado"! (o lo que es lo mismo: lo que pasa en casa se queda en casa, donde se lavan en secreto los trapos sucios al más puro estilo franquista...). Gallardón nos tenía preparado además un regalo sorpresa de Navidad, el ya archiconocido Anteproyecto de Ley de Protección de la Vida del Concebido, que básicamente vuelve a considerar el aborto como un delito despenalizado en ciertos supuestos (cada vez menos, ni siquiera las malformaciones fetales graves) y no como un derecho de la mujer.

Posiblemente todavía os estéis preguntando no solo cómo es posible que este tipo de leyes tan retrógradas se hayan abierto camino en pleno 2013, sino cómo es posible que el PP siquiera se haya atrevido a proponerlas ante la ciudadanía. Lo que yo me pregunto es lo contrario. Cómo no van a ser posibles este tipo de retrocesos en un país en el que miembros de los partidos de la oposición son igual de machistas que la más extrema derecha. En el mismo 2013, un concejal del Bloque Nacionalista Galego se refirió a la vicepresidenta del Gobierno como "chochito de oro", un diputado innombrable del Congreso por UPyD aseguró que la mayoría de las denuncias por violencia machista son falsas, otro diputado, en este caso socialista, bromeó sobre hacerle "escrache" a una famosa actriz para "ver si la convencemos de que aunque no se quiera, sí se puede" (vamos, una broma sobre violaciones, por si no queda suficientemente claro).


O cómo no va a ser posible en un país en el que hasta encontramos machistas entre las autoridades encargadas de proteger a las mujeres contra las agresiones. Aunque parezca mentira, también en 2013 un policía de Huelva que trabajaba con víctimas de la violencia de género escribió lo siguiente en su cuenta de Twitter: "El truco está en escucharlas como psicólogo y follártelas como si te estuviesen pagando"


Y cómo no va a ser posible el mismo año en el que el ignominioso libro "Cásate y sé sumisa", editado por el Arzobispado de Granada, llegó a ser el más vendido en España tan sólo a dos semanas de su publicación aquí. El mismo año en que vimos un horda de manos anónimas sobarle sin pudor las tetas a una chica en las fiestas de San Fermín, y el mismito en el que descubrimos el aumento de la violencia de género entre los menores de edad (sólo en el primer semestre de 2013 fueron encausados 85 menores por machismo violento).

Sin embargo, ¿cuántas veces has escuchado el año pasado o este que acabamos de estrenar comentarios como "no seas exagerada, estamos en pleno S.XXI, el machismo ya está erradicado" en respuesta a cualquier queja que hayas expresado ante una actitud machista que hayas detectado (en las políticas públicas, en el trabajo, en tu pareja, en un amigo/a... donde sea)? Seguramente muchas más veces que una. Y probablemente esas frases hayan venido de personas que suelen repetir a menudo a las mujeres que dan a entender su descontento ante algún tipo de agravio, frases como las siguientes:

"Seguro que estás con la regla"
"Estás desquiciada/ amargada/ malfollada / de los nervios"
"Relájate, no es para tanto"
"Existen problemas y debates más graves" (claro que sí, no hay nada que supere el número de niños por segundo que mueren de hambre en el Tercer Mundo, es mejor que no nos quejemos de nada más...)
"Te lo tomas todo demasiado a pecho"
"Eres demasiado sensible/ quisquillosa/ picajosa/ dramática"
"¿Seguro que lo tuyo no es algo hormonal?"
"Era sólo una broma. No tienes sentido del humor"
"Estás histérica/ desquiciada/ neurótica/ desequilibrada"

Y mi favorita, por ser la más repetida: "No es lo que parece, ¡estás loca!". Esta viene con mutación moderna incluida: "loca del coño". Que se lo pregunten a los dos periodistas que este lunes 20 de enero publicaron un elocuente artículo titulado "Cómo reconocer a una loca del coño" en el blog que mantiene uno de ellos para una revista de tirada nacional.

Y es que no os lo perdáis, el machismo de este vanguardista y progresista S.XXI en el que vivimos viene disfrazado de buen rollo, de ironía "cool", de consejos de estilo de vida, de referencias de la cultura pop y listas, muchas listas (y es que parece que los artículos periodísticos divididos en párrafos han sido definitivamente sustituidos por sucesiones de listas), como la de "Tipos de mujeres poco recomendables" que se ha ido publicando periódicamente en ese mismo blog. Atención a su clasificación de mujeres de las que hay que huir, porque no tiene desperdicio. Estos son solo algunos de los tipos de mujeres sobre los que advierte: 


Esta última entrada va en total consonancia con la entrega más reciente, la de la "loca del coño", y empieza de una forma que ilustra perfectamente ese fenómeno inseparable del machismo que busca la desacreditación de la mujer acusándola de inestabilidad mental: 


"Sé lo que están pensando. ¿Qué hace este fulano dedicando una categoría a La Histérica cuando histéricas son todas? " 
No entro a valorar los citados escritos. Si tenéis a bien leerlos, sacad vuestras propias conclusiones. 
Pues eso, el machismo del S.XXI va mucho más allá de agresiones sexuales, violencia "doméstica", piropos obscenos, acoso sexual en el trabajo, trata de blancas, moralismo católico, leyes reaccionarias, discriminación laboral y otras formas fácilmente reconocibles de opresión y explotación de la mujer. En el S.XXI hay demasiadas actitudes machistas y demasiados machistas que no identificamos como tales, y que quizá ni siquiera ellos mismos sepan que lo están siendo. El machista posmoderno es un machista de baja intensidad o como a mí me gusta llamarlo, de liberación lenta, como los antibióticos, pues va actuando poco a poco sin que lo percibamos. La mayoría de las veces nos reímos incluso de sus chistes. Son graciosos. Y los disculpamos diciéndonos a nosotras mismas: "seguro que no lo dice en serio". Cómo va a ser en serio, si lo ha aclarado con un emoticono ("Como te vayas con otro te mato, so zorrón :P").

No importa cuál sea el insulto machista. Si puta, o guarrilla, o frígida, o estrecha, o calientapollas, o arpía, o bruja, o marimacho, o pirada. Si se profiere en un contexto de humor y se le aplica una pátina de sarcasmo, todo vale. No es machismo.


Cómo se juzga a las mujeres por su vestimenta. Foto de Rosea Lake

Y precisamente lo que hace este tipo de machismo el más peligroso, a pesar de que como se encargan de remarcar los machistas "light" no mata ni viola a nadie, es el hecho de que sea tan difícil de reconocer. Que se considere que no existe. Estoy convencida de que es precisamente la relajación en los últimos años en la vigilancia y reprobación pública de este tipo de actitudes pasivo-agresivas la que ha permitido el rebrote del MACHISMO OFICIAL Y CON MAYÚSCULAS encarnado en las nuevas las leyes de Gallardón (que no olvidemos que pertenece a un partido que gobierna porque lo han votado nada menos que 11 millones de españoles). Que sigamos poniendo nosotros la lavadora porque el no entiende cómo funciona, que sigamos siendo nosotras las que por defecto dejamos de trabajar en caso de que tengamos un hijo con nuestra pareja, que se minimice y ridiculice el movimiento feminista a diario en las redes sociales con calificaciones como bolleras, feminazis o hembristas; que permitamos que nos traten con paternalismo y condescendencia, que abusen de nuestra confianza... todo eso es machismo, sin más. Micromachismo, si preferís un término "ad hoc" y más riguroso. Pero machismo al fin y al cabo.

Y los machistas ya no son sólo los clásicos albañiles que te gritan improperios en la calle o los cincuentones que babean frente al escote de las jovencitas. Hay muchos machistas con carreras universitarias, considerados incluso intelectuales y que tienen profesiones de prestigio (como esos políticos, ese policía o esos periodistas nombrados a lo largo de este artículo), incluso con gustos refinados (distinguen varios tipos de tintos y le echan muchos condimentos al gin-tonic), que se preocupan por combinar las prendas que se ponen y no se rascan los huevos en público. Vamos, que no son el típico macho alfa, al que se le ve venir de lejos. Es un macho en fase beta, por así decirlo, cuyo machismo es mayoritariamente latente, y que incluso puede decir defender las mismas causas feministas que tú. Pero eso sí, después de todas las causas habidas y por haber, desde la liberación del Tíbet hasta la lucha contra el cambio climático. Cuando estén resueltos todos los graves problemas que acucian al Planeta Tierra y a todos los seres unicelulares que lo habitan podremos ocuparnos de los derechos de la mujer.

Muchos de ellos son lo que podemos calificar de "solteros exigentes", que bien es cierto que no quieren encontrar a una mujer que sólo esté buena (que también), sino que sea lo suficientemente inteligente para admirarlo pero no lo demasiado como para hacerle sombra, que pille las referencias culturales rebuscadas de sus chistes para que pueda reírse con ellos a carcajadas y alimentar así su ego, que lea los mismos libros y escuche los mismos discos que él para que pueda alabar su buen gusto, que vista de forma elegante pero sexy, que tenga un trabajo para que no tenga que mantenerla (machismo sí, pero que no les afecte al bolsillo) pero que tampoco gane más que él (uno tiene su caché), que no se acueste con otros pero que no se ponga estricta con lo del compromiso (AKA que ellos sí puedan acostarse con otras y puedan así estirar al máximo su peterpanismo), que no tenga celulitis pero que no diga ni mu de su barriga cervecera y lo más importante, que la chupe, pero que no pida que se lo coman (sobre todo si no le huele a lo mismo que huelen las nubes). Por algo están solteros.

Lo más grave es que cuando reconocemos a uno de ellos y le señalamos su error, normalmente le quita hierro, y por una suerte de sortilegio de manipulación emocional consigue darle la vuelta al asunto y hacernos sentir culpables a nosotras por hacernos la víctima o reaccionar exageradamente. "La mujer siempre es víctima", decía Gallardón. Como las cosas sigan este camino, al final va a ser cierto. 


No podemos quejarnos... Magistral viñeta de La Pulga Snob (Argentina)

martes, 31 de diciembre de 2013

Los niños inocentes

Hola, niños y niñas, soy Coco, sí, ese peluche azul parlante tan majo que os ha enseñado tantas cosas que a simple vista parecen evidentes, pero que por lo que se puede deducir del comportamiento de esas extrañas personas altas que conocemos como “adultos”, en realidad no lo son tanto, como la diferencia entre subir y bajar o entre izquierda y derecha.

Hoy vengo a hablaros de la vida, sin más, en concreto de la vuestra, la de los niños y las niñas. Habréis notado que últimamente se habla de ello en todas partes, desde que un tal Gallardón, un señor muy feo que aunque lo parezca os juro que no es un Teleñeco (y que tampoco ha resultado ser un corderito aunque antes a todos se lo pareciera), presentó una cosa muy rara que se conoce como “Ley Orgánica de Protección de la Vida del Concebido”. Este superhéroe con superpoblación cejil se ha dado cuenta de que la vida de los niños y niñas inocentes corre un serio peligro, y se ha autoproclamado su salvador.

Razón no le falta, diréis. Muchos de vosotros sois uno de esos 3 niños y niñas de cada 10 que viven por debajo del umbral de la pobreza en España. En 2011 ya habíais superado los 2 millones 200 mil y seguís aumentando al triple del ritmo de incremento de la pobreza infantil de toda la Unión Europea. Un 27% de vosotros, niños y niñas de España menores de 16 años, sois pobres. Habéis visto como vuestros padres tuvieron que dejar de apuntaros a actividades extraescolares, de compraros libros y ropa nueva para el colegio, incluso de daros de comer fruta, carne y pescado. Eso los que todavía podéis comer e ir a clase todos los días. Mejor de lo que os ha traído Papa Noel este año ni hablamos, ¿no? Y eso que seguramente os habéis portado muy bien durante todo 2013.

Por lo menos, la mayoría de vosotros todavía no tenéis que trabajar. Seguramente Gallardón, creeréis, también se ha acordado de todos los niños y niñas que en lugar de ir al cole tienen que trabajar de sol a sol para que ellos y sus familias puedan sobrevivir. Posiblemente haya pensado, por ejemplo, en los miles de niñas indias que trabajan sin contrato, privadas de libertad y en condiciones insalubres durante más de 72 horas a la semana por un salario de 0,88 euros al día. Sí, esas pobres niñitas que cosen para oscuras (literal y figuradamente) fábricas textiles que después suministran sus productos a muchas firmas españolas, como Inditex, El Corte Inglés o Cortefiel. Lo más probable es que justamente nuestro justo Ministro de Justicia haya leído el exhaustivo y bien documentado informe sobre la explotación infantil elaborado por el Centre for Research on Multinational Corporation (una organización independiente holandesa sin ánimo de lucro que escruta la actividad de las grandes multinacionales) que nos habla sobre esas niñas esclavas, titulado Captured by Cotton (Capturadas por el Algodón).

Seguro que Gallardón es consciente de la existencia de 215 millones de pequeños y pequeñas que según la Organización Internacional del Trabajo, están siendo explotados laboralmente en todo el mundo. Aunque no está claro si se considera oficialmente trabajo infantil el de los menores de 16 años que después de clase en vez de hacer los deberes deben ayudar en el negocio familiar, o los que de vez en cuando deben faltar a la escuela porque es época de siembra o de cosecha en el campo, o porque simplemente deben salir a pedir limosna a la calle. Por si algunos de los que me leéis tenéis que trabajar para ayudar a que vuestra familia llegue a fin de mes, os aclaro que en España los únicos menores de 16 años que pueden trabajar, debido a un real decreto, son los que se dedican al ámbito artístico. Si no sois actores precoces o modelos de anuncio, debéis saber que os están explotando ilegalmente.

Lo que es indudable es que el Ministro habrá tenido en cuenta los datos de Inspección de Trabajo y la Seguridad Social, que ha detectado en los últimos años una media de 50 infracciones anuales en empresas por tener trabajando a menores. O un estudio de UNICEF que a principios de la década ya señalaba que había 172.000 niños y niñas españolas que trabajaban con sus familias en la agricultura y la ganadería, o los múltiples informes de ONGs que avisan de los cada vez más habituales casos de niños y niñas obligados a delinquir o a prostituirse por organizaciones criminales. El señor Gallardón, que ha demostrado mostrarse seriamente preocupado por la persecución más estricta del crimen con su reciente reforma del Código Penal, el endurecimiento de las penas y su otro famoso proyecto de ley, el de Seguridad Ciudadana, seguramente no podrá dormir hasta que no haya ni un sólo niño explotado en España o víctima de cualquier ilegalidad, por más ínfima que sea.

Por otra parte, puede que haya hecho caso también de las advertencias de la Asociación Española de Pediatría y su encuesta “La crisis, los niños y los pediatras”, que muestra que el 71% de los pediatras considera que los recortes del gobierno al que pertenece el señor Gallardón perjudicarán el cuidado de los niños enfermos, dificultando su acceso a los medicamentos y el seguimiento debido de sus tratamientos. O de las Asociaciones de enfermos y organizaciones como la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer y Médicos del Mundo, que hace poco han denunciado que el nuevo copago hospitalario impuesto por el Ministerio de Sanidad para enfermos graves que reciben tratamientos ambulatorios arrojará a muchas familias a la caridad como única salida a situaciones provocadas por los permanentes recortes y el alto índice de paro. Es evidente que Gallardón no puede dejar de pensar en los muchos niños con leucemia y otras patologías cuyo acceso a la cura se verá impedido por las medidas adoptadas por sus colegas del ejecutivo, pues ante un diagnóstico de cáncer de un menor, el aumento de los gastos familiares es de 400 a 600 euros mensuales, importe que las familias hace mucho que ya no se pueden permitir (como si las enfermedades fuesen un lujo...). Su conciencia ha despertado por fin, pensaréis aliviados los que tenéis la mala suerte de leer esto desde un hospital.

Pues más vale tarde que nunca, responderéis los que os habéis visto forzados a mudaros con vuestros abuelos o a un centro de acogida porque vuestros padres han sido desahuciados de su casa. Puede que Pepito Grillo le haya hablado por fin a Gallardón de vosotros, y no sólo de los hijos de los políticos a cuya puerta vuestros padres en paro desesperados y sin un hogar propio han ido a reclamar una solución. Y quizá le haya recriminado algo sobre muchos otros de vosotros, los que os encontráis entre las 200.000 personas dependientes, con alguna discapacidad mental o física, que estáis todavía esperando a cobrar una prestación económica que ya hace tiempo que os ha sido asignada. A lo mejor Gallardón y sus compañeros han decidido por fin desbloquear los presupuestos para la Ley de Dependencia para que vuestros padres puedan compraros pronto la silla de ruedas que necesitáis, adaptar la casa en la que vivís o contratar a alguien para que les ayude a cuidaros y así poder volver a trabajar; o que llegue ya a vuestro colegio el tutor especial que necesitáis.

A juzgar por lo que habéis visto en televisión y leído en prensa estos días, por fin todos los niños en riesgo de exclusión o que realmente padecéis algún tipo de merma de vuestra calidad de vida veréis solucionados en breve todos vuestros problemas gracias al último (hasta que llegue el próximo) proyecto de ley de Gallardón. En especial todos los niños con Síndrome de Down o con algún tipo de minusvalía, a los que hacíamos antes referencia, a los que por fin los periódicos os han dedicado altruistamente su portada.


La gente de a pie también se ha acordado de vosotros. Personas de todas partes de España y de Europa llenaron este fin de semana la Plaza de Colón de Madrid con motivo de la “Fiesta de las Familias”, que organizan todos los años esos señores de sonrisa espeluznante que hablan susurrando y llevan ese vestido al que llaman sotana por encima del pantalón, y a los que no debéis acercaros si os ofrecen caramelos. Esa “fiesta” se organiza supuestamente en vuestro honor, los niños inocentes, para celebrar y defender vuestro derecho a la vida, que según dice el jefe en España de los señores sonriente-susurrantes, un tal Rouco Varela, debe ser inviolable. De si está permitido o no violar a vuestras madres o a vosotros mismos, niños y niñas, extrañamente, no ha dicho nada. También se acordó de vosotros Juan Cotino, presidente de las Cortes Valencianas (otro señor de los que da miedito), precisamente el Día de los Santos Inocentes, y prometió defenderos de todos los Herodes que quieran matar niños, aunque tampoco, extrañamente también, ha dicho nada, que se sepa, de protegeros de los accidentes de metro en los que eventualmente podáis morir vosotros y vuestras familias.

Sin embargo, siento tener que deciros, que una vez más, los adultos vuelven a no tener clara una de esas cosas evidentes que siempre me toca explicar. Resulta que esos niños a los que quieren proteger y de los que tanto hablan Gallardón, sus compañeros de gobierno y los amigos de sus compañeros de gobierno, son única y exclusivamente los que todavía no han nacido. La ley “salvavidas” que propone el Ministro de Justicia no es más que la mera coartación de la libertad de vuestras madres y del resto de mujeres. No podrán decidir si quieren teneros o no. A los únicos niños con Síndrome de Down o alguna enfermedad grave a los que este gobierno quiere cuidar es a los que todavía no han salido de la barriga de mamá, y es sólo allí, dentro de esa barriga, donde tendréis asegurado el alimento y el refugio necesario. Una vez nacéis, dejáis de ser niños inocentes, para convertiros en ciudadanos molestos y parásitos que exigen derechos que no les corresponden.

Gallardón y compañía no saben que los únicos niños inocentes a los que hay que proteger que existen son precisamente los que ya existen. Así que si a partir del año que mañana empieza tenéis un hermanito o hermanita que en algún momento acabe pasando hambre o frío, si ni él ni vosotros conseguís tener acceso a una educación digna que os permita ser personas libres y conscientes en el futuro, si vuestro nuevo hermano o hermana tiene que vivir condenado en una cama de hospital, si vuestros padres os abandonan porque no  pueden permitirse manteneros o si os quedáis huérfanos porque vuestra madre haya muerto dando a luz, dadle las gracias a Gallardón y al resto de salvadores del PP. A ellos le deberéis la vida, aunque sea una llena de miseria.

Elocuente esquela que llegaron a publicar en 2009 periódicos como ABC, La (difunta también) Gaceta, La Razón o El Correo Gallego

jueves, 14 de noviembre de 2013

"Canis" y conciencia de clase

   El sentido del humor es un reflejo del ingenio y la capacidad intelectual tanto de las sociedades como de los individuos que las forman, pero también puede reflejar sus prejuicios y estereotipos más arraigados. Analizando sobre qué se hacen más habitualmente chistes en cada época o población podemos obtener una nítida radiografía de cuáles son sus colectivos discriminados o peor vistos socialmente. El repertorio ha sido (y es) amplio a lo largo de la historia: chistes de negros, de judíos, de mujeres, de leprosos, de gitanos, de gente de Lepe o de andaluces en general, de gallegos, catalanes y vascos, de homosexuales... En España, un nuevo colectivo ha subido en los últimos años al primer puesto de la lista de chistes recurrentes: los "canis" y "chonis" en cualquiera de sus denominaciones (si los esquimales son conocidos en el mundo entero por los múltiples nombres que tienen para la nieve, los españoles quizá pasemos a la posteridad por la cantidad de nombres que tenemos para referirnos a lo que entendemos por "cani": poqueros, poligoneros, malotes, gañanes... Aquellos que queráis ampliar vuestro vocabulario podéis dirigiros a la mayor fuente de "sabiduría" popular, La Frikipedia, para buscar sinónimos  de "cani" y para encontrar todas las connotaciones peyorativas que conlleva esta palabra ).


   Como comentaba, cada corriente de chistes de estereotipos corresponde a un tipo de odio, fobia o discriminación social: machismo / misoginia, xenofobia y homofobia son las tres principales fuentes de las que beben sus autores (la mayoría anónimos). Entonces, los chistes de "canis" no parecen encajar en este esquema, os diréis a vosotros mismos. Sin embargo, yo creo que sí. Pueden englobarse perfectamente dentro de lo que entendemos por clasismo ("actitud de los que defienden la discriminación por motivos de pertenencia a otra clase social", según la RAE) o prejuicios de clase. Qué tendrán que ver los chascarrillos sobre los "canis" con las clases sociales, si también nos metemos con otras tribus urbanas (góticos y "emos", "hipsters", "indies" o modernos; "heavies", "punks", "rockeros" o "rastafaris"...), si para todas tenemos al menos un par de buenos chistes, os preguntaréis. Pues bien, las diferencias están claras. La calificación de "cani" no se limita a la estética de la persona y al estilo de música que prefiere. Responde, nos guste admitirlo o no, a una pertenencia a determinado sector de la población y a una determinada clase. Por supuesto, lo primero que llama la atención es la superficie (las marcas de ropa que escogen, los grupos musicales que escuchan, los complementos que utilizan, los tipos de coche o mascotas que se compran...). Pero si ahora os preguntase en qué zonas viven o dónde soléis encontraros a los "canis" cerca de vuestro lugar de residencia, me señalaríais sin dudar barrios enteros concretos. Y esto es porque aquellos a los que calificáis de "cani" son en su inmensa mayoría (por no decir su totalidad) de origen humilde, vienen de familias obreras, o lo que es lo mismo que decir la clase trabajadora o proletaria. Si hay algún "cani" burgués (véase Cristiano Ronaldo o David Bisbal), es porque se ha convertido en uno con el tiempo, haciendo fortuna debido a algún tipo de talento (artístico, deportivo...) o a su trabajo. Eso que llamamos "nuevos ricos". Pero su origen sigue siendo el mismo. Obrero. Y los obreros suelen vivir, valga la redundancia, en barrios obreros, que conocemos como periféricos o el extrarradio, sin más. El resto de las tribus urbanas pueden pertenecer a cualquier clase social y vivir en cualquier barrio. 

   Por otra parte, al "cani" se le presupone una forma de ser que no se le supone al resto de tribus urbanas. Cuando decís "cani" también queréis decir persona con poca o ninguna cultura general, en ocasiones incluso analfabeta, que ha experimentado el fracaso escolar y que además no muestra interés en trabajar, es vaga en sí misma. No sabemos si los góticos o los "hipsters" son muy trabajadores o poco, ni conocemos su nivel medio de formación. Pero en cuanto a los "canis" lo tenemos clarísimo. Son parásitos, chusma inactiva. Lo que hemos dado en llamar "Ni-Nis" (ni estudian, ni trabajan). Ojo, no todos los "Ni-Nis" son "canis", cualquier joven de cualquier procedencia puede haber abandonado sus estudios y no estar buscando un empleo, pero en nuestra concepción general, TODOS los "canis" son "Ni-Nis". Y si no lo son, tienen un trabajo de "cani". Con esto nos referimos a trabajos poco cualificados: camareros, peluqueras, reponedores o cajeras de supermercado... Ojo otra vez, no consideramos "canis" a todos los que desempeñan este tipo de labores, pero no se nos pasa por la cabeza que un "cani" pueda querer acceder siquiera a otra clase de profesión. ¿Un abogado con peinado "cenicero"? ¿Un médico con chandal y "oros"? ¡Ni de coña! 

   No hay duda de que la palabra es de por sí despectiva. Y es que los "canis" no le gustan a nadie, por lo visto. Ninguna otra tribu urbana despierta un odio tan unánime y pasional, excepto los "perroflautas" entre las personas mayores y conservadoras, y resulta que estos también son en su mayoría pobres. Pero de los de pedir, y esto, claro está, resulta mucho más molesto. Puede que nos riamos de los pijos por sus mocasines de colores y sus jerseys por los hombros (está quizá sea la tribu que después de "canis" y "perroflautas" despierta más resquemores, y justamente es por otro enfrentamiento de clase, ya que los "pijos" suelen ser todos de clase "media-alta", pues para pagar los "cocodrilos" y los "jugadores de polo a caballo" hace falta "parné"), o de los "emos" por su tendencia a dramatizar, o del "postureo" de los hipsters; pero si hay un colectivo que TODOS rechazamos de antemano, independientemente de nuestro origen, gustos o estética, son los "canis". Una buena forma de comprobar si estoy en lo cierto o no, es echar un vistazo a las redes sociales. Me he permitido buscar en Twitter palabras como "cani", "choni" y "poquero" y mirad lo que me he encontrado. 



    Una elocuente muestra de que sí, se les asocia a barrios concretos, se hace incluso distinción entre ellos y las personas normales, se les considera "vagos y maleantes" (sacando a relucir la ley franquista) y maleducados (no saben hablar ni escribir con corrección) y se llega a desear su muerte o exterminio (aludiendo a la selección natural cuál brillantes darwinistas sociales en la línea del nazismo). No sólo son las prendas que se ponen o los géneros musicales que escuchan aquello de lo que hacemos burla. Porque hay que dejar claro que todo esto se suele decir en broma, ¿o no?

   Pero no he venido aquí hoy a redactar un J'acusse en defensa de los "canis" como hizo Zola en su día en defensa de los judíos. No se encarcela a nadie por ser "cani". Lo que quiero es determinar la causa de esta estigmatización y a qué se debe este creciente rechazo y focalización de la mofa y befa de nuestro país en este grupo social.


   Si echamos un vistazo a la televisión, podemos encontrar este estereotipo copando gran parte de la programación de los canales generalistas. Lo primero que se nos viene a la cabeza son los reality shows, desde los clásicos como Gran Hermano hasta los híbridos más modernos como Mujeres, Hombres y Viceversa; Hermano Mayor o Gandía Shore. Están plagados de "canis", y no sabemos si es porque son ellos los que más se presentan como participantes o porque es un requisito de selección. Pero en los magacines y programas de reportajes también encontramos nuestra buena dosis de "canis": Belén Esteban, "la princesa del pueblo", en Sálvame, es su máximo exponente; junto a los retratos esperpénticos de barriadas y polígonos con los que les gusta regalarnos a los de Callejeros. La ficción tampoco está exenta de su ración de "canismo": la Juani de Médico de Familia fue la precursora de Manos a la obra (¡Manolo y Benito Corporeison!), Los Serrano, Yo soy Bea, Aquí no hay quien viva / La que se avecina... pero, sin duda, la joya de la corona es Aída. Lo tiene todo. Cualquier estereotipo peyorativo sobre la clase trabajadora de los barrios periféricos (representados por este Macondo de viviendas sociales conocido como Esperanza Sur) lo encontraréis en esta serie de televisión. Cualquiera. A saber:


- Aída: Madre divorciada y desdoblada entre las labores del hogar y las labores de los hogares de los demás, porque, como no podía ser de otra manera, trabaja como limpiadora (como "chacha", si nos atenemos a la nomenclatura despectiva que se exhibe en la serie). Para más inri es inculta y simplona y siempre está en celo porque no encuentra varón para un "apaño".


- La Lore: hija adolescente "choni", ligera de cascos y muy corta de luces que abandona sus estudios para participar en Gran Hermano. Sólo piensa en sexo y diversión (sinónimo de discotecas, alcohol y...claro, sexo otra vez). 


- El Jonathan: El hijo delincuente juvenil/ pandillero. Lo que entendemos por gamberro.


- El Luisma: El hermano (ex)yonqui descerebrado y sus amigos (ex)yonquis descerebrados. No piensa buscarse un trabajo ni falta que le hace. Lo que entendemos por vividor. De poca monta, eso sí.


- La madre de Aída: ex-actriz de variedades, obesa por pura insatisfacción, comedora compulsiva que hace gala de una total falta de autocontrol y de un egoísmo y mezquindad sin límites.


- Paz: Una vecina prostituta.


- Macu: La paleta que llega del pueblo a vivir a la ciudad, por supuesto, "más bruta que un arado". Igual de "facilona" que la Lore.


- Mauricio: el dueño del bar más concurrido del barrio y "facha" mayor del reino (machista, racista, franquista...). También es lo más parecido a un capitalista que se puede encontrar en Esperanza Sur, porque tiene un mísero bar, lo que le faculta para considerarse "empresario" e intentar explotar y sacar beneficio de todo el que se le ponga por delante.


- Machupichu (¿alguien sabe como se llama?): el inmigrante sumiso.


- Fidel: el único personaje de Aída con inteligencia y amplia cultura general. Por eso mismo aparece estigmatizado como pedante, pomposo e insoportable. Querer saber en un barrio de clase baja es pecado. Además es gay, otro pecado. "Puritita" carne de "bullying".


- Aidita: nieta rechoncha y "chapona" de Aída. Otra "sabionda" como Fidel. Más carne de "bulliyng" para el asador.


  En general, lo que sacamos en conclusión de una de las series de mayor audiencia emitidas en España es que la clase trabajadora de los barrios humildes tiende a guiarse sólo por sus instintos, no sólo de supervivencia (llegar a fin de mes como sea, alimentar a su familia), sino también sexuales (no es casualidad que el único personaje femenino de la serie que no está "salido" se dedique precisamente a la prostitución) y otros vicios (gula, drogas...). El proletariado lleva asociándose así desde 2005 en el prime-time de los domingos directamente a la marginalidad y a la picaresca, cuando no a la delincuencia, y a la ausencia de formación y un empleo digno y de interés por los mismos. Lo que es lo mismo que decir que si no prosperan es porque o no están capacitados para ello, o no les da la gana. O lo que es lo mismo que decir que se aprovechan de los subsidios y la caridad y que no son en absoluto productivos para el Estado. Escoria, en una palabra. Lastre que soltar. Por algo "barriobajero" es un insulto.


   Claro que este cargar las tintas en las clases más bajas de la sociedad no es sólo cosa de los medios de comunicación y el "entertainment". Y no proviene de ellos. Preguntémonos a quién señalan los políticos y empresarios cuando dicen que hemos vivido por encima de "nuestras posibilidades", que el dinero de las pensiones y prestaciones sociales "se gastan en pantallas de plasma", que hay que recuperar la "cultura del esfuerzo", que debemos pensar más en nuestros deberes que en nuestros derechos y trabajar como "chinos en un bazar" si queremos salir de la crisis algún día. Se refieren a aquellos que con un trabajo de asalariados osaron viajar en sus vacaciones, comprarse casa y coche, disfrutar de la cultura y las nuevas tecnologías o conseguir que sus hijos accediesen a estudios universitarios. La percepción de que tenían más de lo que se merecían, acorde a su papel social, es la excusa perfecta para todos los recortes en servicios públicos y derechos del trabajador que permitan al sector privado campar a sus anchas. Su justificación sociopolítica e incluso moral: hay que frenar la plaga de parásitos irresponsables que nos ha llevado a la situación económica en la que nos encontramos.


   Este fenómeno lo describe de maravilla el que debería ser ya un libro de cabecera para todo el que quiera entender lo que está pasando: "Chavs, la demonización de la clase obrera", escrito por el británico Owen Jones y publicado en España por la editorial Capitán Swing. Para que os hagáis una idea, los "chavs" ("chavettes" en femenino) serían los "canis" en Gran Bretaña. Es la palabra que usan coloquialmente para referirse a los jóvenes de las viviendas de protección oficial, que tienen un acento y apariencia concretas. Como aquí, son objeto de escarnio en la televisión y en Internet, con el mismo estereotipo de desempleados y pensionistas crónicos, de baja catadura moral y también bajo coeficiente intelectual, potenciales delincuentes y adolescentes embarazadas que salen de familias desestructuradas y/o disfuncionales. Owen explica cómo "este concepto es en realidad una manera oblicua de definir al conjunto de la clase trabajadora y responsabilizar a los pobres de ser pobres". Como apuntábamos antes, en plena crisis económica mundial, la justificación cae del cielo. La pobreza no se debe a los problemas macroeconómicos y estructurales, a las limitaciones del "sacrosanto" libre mercado o a las decisiones y comportamientos de las clases poderosas, sino a los defectos de los ciudadanos que la sufren: a sus hogares dislocados, a su falta de ambición y sacrificio y a su escasa capacidad intelectual.  


   También nos cuenta cómo en Gran Bretaña el término “chavs” se aplica como si de un concepto sociológico se tratase, aunque que nadie puede decir con exactitud qué significa. El diccionario de Oxford por Internet define al “chav” como “un joven de clase baja, de conducta estridente que viste ropa de marca, auténtica o de imitación”. Otro diccionario de 2005 los define como “joven de clase trabajadora que se viste con ropa deportiva”. Extraoficialmente, a modo de chasquarrillo, se dice que es un acrónimo de “Council Housed and Violent” (Habitante de Casas Municipales y Violento). En un libro satírico que fue best-seller en el Reino Unido, "The Little book of Chavs", se llegan a identificar los que se consideran como típicos trabajos “chavs”. La “chavette” es una aprendiz de peluquería, limpiadora o camarera mientras que los hombres son guardias de seguridad o mecánicos. Según el libro, “chavs” de ambos sexos suelen ser cajeros en los supermercados o empleados de hamburgueserías. ¿Os suena de algo?


   Pero lo interesante del libro de Owen es que nos cuenta paso a paso cómo se ha llegado hasta aquí. La era del neoliberalismo, inaugurada por Margaret Thatcher con una drástica desindustrialización en los años 80, marcaron el triunfo de un individualismo que hundió el sistema de valores solidarios de la clase trabajadora. Los ataques de Thatcher a los sindicatos y a la industria asestaron un duro golpe a la vieja clase obrera industrial. Los trabajos bien pagados, seguros y cualificados de los que la gente estaba orgullosa, y que habían significado el eje identitario de la clase obrera, fueron erradicados. Apelando a la falacia de la responsabilidad individual como ascensor en la escala social, sentó las bases de la actual "ley del más fuerte". “El objetivo era acabar con la clase obrera como fuerza política y económica en la sociedad, reemplazándola por un conjunto de individuos o emprendedores que compiten entre sí por su propio interés”, escribe Jones. El libro analiza y muestra, de este modo, como el odio a los "chavs" no es un fenómeno aislado. Es, en gran parte, producto de una sociedad con profundas desigualdades.

   Owen pone de manifiesto cómo el estereotipo ha contribuído a justificar el ajuste fiscal de la coalición entre conservadores y liberales que lidera el primer ministro David Cameron, que en uno de sus discursos pronunció lo siguiente: “¿Por qué esta rota nuestra sociedad? Porque el Estado creció demasiado, hizo demasiado y minó la responsabilidad personal” (alumno aventajado del thatcherismo, "isn't it?"). Este tipo de cosmovisión ha servido de trampolín también para absurdas propuestas reaccionarias de limpieza social. En 2008, un concejal "torie", John Ward, propuso la esterilización obligatoria de las personas que tuvieran un segundo o tercer hijo mientras cobraban beneficios sociales, medida apoyada con entusiasmo por los lectores del periódico del ala derecha Daily Mail, horrorizados ante los "aprovechados y sinvergüenzas que están hundiendo el país”.

   Supongo que en estos momentos los chistes sobre "canis" o las series como Aída ya no os parecerán tan graciosos. Al menos a mí no me lo parecen. Y si antes me lo parecían es debido a otro de los mitos del capitalismo salvaje, ese del que tanto habéis oído hablar, el de que "todos somos clase media" (todos los que no llegamos a ser directores de una gran multinacional y a poseer un yate de más de ocho metros de eslora, pero que tampoco somos pobres de solemnidad). Es decir, desde profesores, enfermeros, funcionarios, periodistas, farmacéuticos, autónomos, taxistas... a las profesiones más propiamente asimiladas a la clase obrera (operarios, mineros, albañiles...). Precisamente, el hecho de que se asimile la clase más baja al grupo social de los "canis" y que nos riamos de ellos por verlos tan ajenos a nuestras circunstancias y comportamientos, contribuye a que nos traguemos el cuento de que somos clase media. ¡Cómo vamos a ser del proletariado, si vestimos con gusto y tenemos una gran sensibilidad cultural e incluso artística! Pues lo somos, porque el trabajo de las profesiones liberales y/o cualificado es hoy tan precario como el menos cualificado, lo somos porque casi todos tenemos contratos temporales con sueldos irrisorios, si tenemos alguno. Si un periodista o un comercial tiene las mismas condiciones laborales y productivas que un camarero o una peluquera, significa que pertenece a su mismo extracto social, es un obrero, un asalariado, clase trabajadora en definitiva, esté sentado frente a un ordenador Mac o lleve traje durante su jornada. 

   Cada vez que nos reímos de esos chistes o discurrimos otros nuevos, cada vez que caemos en el estereotipo de clase y utilizamos palabras como "verdulera" o expresiones como "es de pobres" para menospreciar, actuamos como cómplices de aquellos interesados en convertir el trabajo digno en esclavitud. Es este cinismo el que explica fenómenos como que las clases más pobres voten a la derecha. Que un hijo de obrero que ha estudiado ingeniería, que tú, o que yo, despreciemos y nos sintamos superiores a un albañil o a una peluquera, y que estos a su vez se quejen, por ejemplo, de que los barrenderos se hayan puesto en huelga o de que los funcionarios cobran demasiado para "lo poco que hacen" es la gran victoria del capitalismo: los trabajadores odiándose entre ellos y olvidando su trascendencia y poder social si se unen, es decir, el caldo de cultivo perfecto para reducirlos a simples instrumentos del capital sin ningún margen de acción reivindicativa. Porque si tenemos (o tuvimos) fines de semana, vacaciones, derecho a huelga, a organizarnos, a cobrar una baja si nos ponemos enfermos, días de asuntos propios, salarios, subsidio de desempleo y pensiones de jubilación, es porque esas personas con mono y carné de sindicato que ahora ninguneamos consiguieron todas esas cosas a base de protestar y resistir. Y si ahora las estamos perdiendo es en gran parte porque consideramos que la clase trabajadora no vale nada o que directamente está desapareciendo. Que hayamos perdido la conciencia de clase no significa que las clases ya no existan. Por algo fue el magnate norteamericano Warren Buffett el que dijo: "Por supuesto que existe la lucha de clases, y somos los ricos los que vamos ganando".

P.D.: Cuando estaba en primero de Bachillerato mi profesor de Historia del Mundo Contemporáneo, sorprendido por mi alto nivel de conocimientos históricos y por los libros que me veía leer, me preguntó a qué se dedicaban mis padres, esperando, supongo, que le dijese que eran profesores universitarios o algo por el estilo. Cuando le dije que mi padre era marinero y mi madre ama de casa, abrió mucho los ojos y sólo me dijo, "Pues vaya mérito tienes". Creo que fue ese día en el que empecé a rumiar todo esto que he escrito hoy.

viernes, 8 de noviembre de 2013

No soy una lata de Coca-Cola

   La última campaña de Coca-Cola ha causado furor. Sus creativos han tenido la brillante idea de imprimir nombres propios de persona en las latas. Pero eso ya lo sabéis, porque la mayoría de vosotros ya habéis fotografíado la lata con vuestro nombre o la de alguno de vuestros conocidos, y por supuesto la habéis compartido en Twitter o Facebook o se la habéis enviado a alguien por Whatsapp. Algunos hasta la habéis guardado para la posteridad (espero que previa desinfección bacteriana). Lo sabéis porque muchos ya no compráis Coca-Cola sin escoger primero la que lleve el nombre que queréis. Incluso ha trascendido en los medios de comunicación que ha habido problemas con los reponedores de los supermercados porque muchas personas se dedican a romper los packs de plástico y a desbaratar las estanterías en busca del ansiado nombre. Y si no habéis hecho nada de esto, lo sabéis porque no os ha quedado más remedio que ver vuestro muro de Facebook o el timeline de vuestra cuenta de Twitter salpicado de dedicatorias con foto de lata de Coca-Cola. Vamos, que nadie se ha librado de que le den la lata.

   Aunque Coca-Cola se ha limitado a buscar en los datos del Instituto Nacional de Estadística los 122 nombres más comunes puestos en España, ha logrado crear la sensación entre sus consumidores de que las latas están personalizadas. Llevan TU nombre. Sí, el tuyo y el de miles de personas más. Lo sentimos, no eres especial ni único. Además, bebes Coca-Cola, al igual que el 70% de la población. Enhorabuena.

   La cuestión es que esta campaña me ha llevado a reflexionar sobre el hecho de que estamos tan acostumbrados a que nos cosifiquen, a que nos cataloguen simplemente como potenciales consumidores, productores o simples productos, que no sólo lo vemos normal, sino hasta positivo. El entusiasmo generalizado que ha levantado esta estrategia publicitaria es sólo una prueba de ello. Que Coca-Cola "bautice" sus latas con tu nombre no es sinónimo de que se preocupe por ti o tu bienestar, si lo hiciese, quizá comercializaría bebidas más sanas o mejoraría sus prácticas ambientales. Sin embargo, llevamos décadas adoptando de forma acrítica a las marcas como una parte de nuestra identidad. ¿Cuántas veces habéis oído eso de "Yo soy de Coca-Cola" o "Yo soy de Pepsi", "Yo soy de Colacao" o "Yo soy de Nesquik" o incluso discusiones acaloradas sobre cuál de ellos sabe mejor? Lo mismo pasa con otros binomios como McDonalds y Burguer King o Apple y Microsoft. De hecho, Apple es el mejor ejemplo de lo que podríamos llamar "patriotismo o hooliganismo de marca" (no confundir con el hooliganismo de Marca, el periódico deportivo :P). 

   Alrededor de los productos de la empresa fundada por Steve Jobs se ha creado todo un culto, y sus usuarios son mucho más que eso, son "applemaníacos", verdaderos adeptos que no se pierden ninguno de sus gadgets ni de los nuevos modelos de los mismos, por muy caros que resulten o por muy pronto que salga a la venta su siguiente versión. Son capaces de hacer religiosamente colas de días por comprarse un iPhone y gastan gran parte de su energía en pontificar sobre las bondades y ventajas de todos los productos de la manzanita, tanto a sus amigos en persona como a través de la red, y sin necesidad de que se les pregunte siquiera. Para comprobar el fanatismo similar al religioso que provoca Apple, sólo tenéis que pasaros por los múltiples foros dedicados a la empresa que pueblan Internet, o acudir a la presentación de uno de sus nuevos, mágicos y secretísimos productos (imagínaos una gran masa de gente empujándose para intentar fotografiar con su iPad o iPhone un reluciente MacBook alojado en una vitrina... una escena tan extraña como cotidiana hoy en día). La identificación con la marca es total y absoluta, "son de Apple" como son de su equipo de fútbol o de su lugar de nacimiento. Para toda la vida. Como si de una religión se tratase. La única diferencia es que su profeta, Steve Jobs, trasunto de Jesucristo o Mahoma, no ha resucitado al tercer día ni realizado ningún milagro (aunque haber logrado convencer a millones de personas en todo el mundo y de todas las clases sociales de que deben gastarse varios cientos de euros en un teléfono móvil podría considerarse milagroso).

   La publicidad es el arma perfecta que utiliza el capitalismo para lograr que nos identifiquemos con sus productos. No es ningún secreto que desde que el negocio publicitario existe, este ha logrado ir apropiándose incluso de todos los elementos subversivos, contraculturales o abiertamente anticapitalistas, para construir un discurso comercial que se considerase no sólo aceptable, sino admirable. De este modo, los lemas revolucionarios se convierten en eslóganes, y los iconos revolucionarios en iconos pop. Por eso las zapatillas de Nike se han promocionado con palabras del escritor de la Generación Beat William Burroughs, por eso consideramos hippies las furgonetas de Volkswagen, o por eso podemos comprar camisetas del Che, del festival de Woodstock o de cualquier banda contestataria de punk-rock en Zara y H&M. No hace falta remontarse a la época de los 60, década de explosión contracultural, para encontrar claros ejemplos de este método publicitario. Está la "Era Acuario" de Aquarius, la "República Independiente de Tu Casa" de Ikea o aquella desafortunada campaña de MoviStar (Telefónica) con el slogan "Compartida la vida es más", que imitaba el movimiento asambleario del 15-M para presentar sus servicios como democráticos y hacer ver que sus nuevas tarifas estaban "hechas entre todos". Es tan habitual que el mundo corporativo y empresarial usurpe el ideario político y sus reivindicaciones que en el mayoría de ocasiones ni nos percatamos de ello. (En el caso concreto de la campaña de MoviStar, el 15-M sí se dio cuenta de la manipulación perpetrada sobre su espíritu asambleario, y le devolvió el golpe a Telefónica "mejorando" su anuncio sobre SMS gratuitos: http://www.youtube.com/watch?v=Z9fagh8RA70).

   Pero la relación de las personas y la sociedad con las marcas y las empresas es un viaje de dos direcciones. No sólo es que las multinacionales se apropien de nuestros nombres, nuestro lenguaje o nuestros ideales, es que han conseguido que las personas adoptemos sus nombres, su lenguajes y sus ideales (en este caso más bien objetivos comerciales cuantificados) como propios. Y esto va mucho más allá de ponernos siempre la misma marca de vaqueros o tomar siempre la misma marca de bebida. Nos han convertido a nosotros en productos con marca. No sé si habéis oído hablar del branding personal o marketing personal. Según esta nueva "disciplina" comercial, cada individuo como profesional es una empresa unipersonal que debe proyectar una imagen positiva de sus cualidades y capacidades a través de una estrategia de comunicación de las mismas, para posicionarse así de forma preferente en el mercado laboral. Lo que los gurús del coaching llaman marca personal sustituye a nuestra personalidad o a nuestra reputación, nuestro trabajo deja de ser un derecho para pasar a ser un producto que ofrecemos para satisfacer las necesidades de otros, y dejamos de expresarnos o dialogar para llevar a cabo estrategias comunicativas. En definitiva, debemos diferenciarnos y ponernos en valor a través de nuestra marca personal para sobrevivir en la jungla de la competitividad extrema y la precariedad laboral, al igual que cualquier producto o servicio en un mercado saturado de oferta. Vendernos a nosotros mismos, hablando en plata. Tan cosificados estamos que las expresiones más habituales que utilizamos todos para referirnos al conjunto de trabajadores de una empresa son recursos humanos o capital humano. Y tan anchos nos quedamos.

   No hay duda de que el lenguaje corporativo y comercial ha invadido todos los ámbitos de nuestro comportamiento, hasta el punto de que gestionamos emociones y conflictos, hacemos balance del año en términos de beneficios y pérdidas, invertimos en nuestro futuro o en nuestra salud y más que ser felices lo que buscamos es mejorar nuestra calidad de vida.

   Esta asimilación de las personas con los productos no se da sólo a nivel individual. El súmmun de este fenónemo es la creación de la Marca España por parte del actual Gobierno del PP como política de Estado dependiente del Ministerio de Exteriores. De hecho, se creó un cargo y órgano especial para dirigir esta política, el Alto Comisionado para la Marca España. Sí, oficialmente España, y con ella todos sus ciudadanos, es un producto con marca que hay que vender dentro y fuera de nuestras fronteras. La Marca España se ha creado en base a que "una buena imagen de país es un activo que sirve para respaldar la posición internacional de un Estado" y a que "el planteamiento de la Marca debe primar los términos económicos, coadyuvando a la recuperación del crecimiento y el empleo". Hablando "como Dios manda" (como tanto le gusta a Mariano Rajoy) de lo que se trata es de promocionar España para atraer inversión extranjera y turistas. Quizá si se invirtiera más en I+D y en educación y ciencia, no habría que gastar tanto en publicidad y relaciones públicas para proyectar una imagen positiva de nuestro país. Esta imagen de España se quiere imponer sobre la realidad de España, y nuestros propios gobernantes han llegado a increparnos porque nuestras manifestaciones y reivindicaciones contra los recortes y medidas injustas adoptadas por el Ejecutivo afectan negativamente a la marca del país. De este modo, la idea de un país presentado como producto que hay que vender choca frontalmente con la idea de democracia. 

   En general, la cosificación de las personas y la personalización de las cosas, así como la intrusión de la estrategia empresarial en el ámbito sociopolítico, son incompatibles con un sistema democrático, donde las decisiones no las toma un directivo y donde el bien común no se puede medir con un libro de contabilidad. Porque las latas de Coca-Cola no tienen derecho a voto, ni libertad de expresión, no se organizan ni se reúnen, ni protestan, yo no soy ni quiero ser una lata de Coca-Cola.